Tiempo de resurrección, tiempo de reencuentro (3)

Tras reflexionar sobre el tiempo de resurrección como tiempo de reencuentro con Dios, enlazar, y como reencuentro con nosotros mismos, enlazar, Darío Mollá nos propone en esta tercera entrega el reencuentro con las otras personas.

III. REENCUENTRO CON LAS PERSONAS

Los evangelios destacan muchas veces le cercanía, incluso física, de Jesús con las personas y, especialmente con las personas que sufren, sin importarle ni la causa de ese sufrimiento ni las consecuencias de ese acercamiento. Hasta extremos que nos parecen chocantes o exagerados. Pensemos, por ejemplo, en la curación de un sordomudo que nos narra el evangelista Marcos en el capítulo 7 de su evangelio: “… le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua… (Mc  7, 33). Y no sólo es que Él se acerca y toca a los demás, sino que deja que los demás te toquen a Él: por ejemplo, en Lucas 7 se deja  tocar y alaba el gesto de la mujer que “con sus lágrimas le humedecía los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba: besaba sus pies y los ungía con el perfume (Lc 7, 38). En la misma línea podemos situar la invitación del Resucitado a Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 20, 27).

Todas estas escenas evangélicas y otras semejantes me han venido a la mente al pensar  en cómo puede ser nuestra cercanía a las personas en este tiempo en que tanto se nos insiste, muy razonablemente, en mantener lo que se está llamando la “distancia social” (no sé si el adjetivo “social” es el más adecuado… pero eso no quita la importancia de la distancia). Pienso que la cercanía a las personas es una característica ineludible del modo de proceder evangélico, pero es cierto que habremos de repensar el cómo de esa cercanía evangélica en estos momentos. E igual este repensar nos ayuda a profundizar en ella.

Confieso que personalmente me cuesta y he de hacer un esfuerzo por no manifestar esa cercanía al modo físico como lo hacía antes de todo esto. Y hay circunstancias en que esto se hace muy difícil: pienso por ejemplo en situaciones familiares de personas queridas a las que no hemos podido ver en dos meses o que han pasado por circunstancias difíciles y dolorosas sin que las hayamos podido acompañar. O, al contario, que han vivido circunstancias gozosas sin que podamos manifestar nuestra alegría físicamente.

El gran mandamiento del Señor en la última cena es que lavemos los pies a los demás y que nos dejemos lavar los pies por los demás. “Mutuamente” “unos a otros”, dice el Señor (Jn. 13, 14). Siempre que comento este evangelio me gusta insistir en que hemos de traducir a nuestra vida concreta ese lavar y dejarnos lavar. Pues ahora la tarea es traducir a nuestro tiempo de “distancia social”  la inexcusable exigencia evangélica de cercanía a las personas. Y eso, seguramente, nos va a permitir un salto cualitativo en nuestra comprensión de esa cercanía. Siempre que no la reduzcamos a gestos banales ni pensemos que nuestra solidaridad con los que sufren es simplemente apretar un “like” en el ordenador.

Estamos en el tiempo de preparación a Pentecostés. Una buena petición al Espíritu en este Pentecostés 2020 es que nos ilumine para encontrar cómo vivir hoy la cercanía a las personas, y especialmente a las que sufren.

Darío Mollá Llácer sj