Tercer domingo de Pascua (Lc 24,13-35)
Estos discípulos se marchan de la ciudad decepcionados, sus esperanzas no se han cumplido, “nosotros esperábamos que…”. Abandonan a los compañeros y compañeras de la comunidad de Jerusalén porque ya no tiene sentido mantener el recuerdo de un fracasado como Jesús, “nuestros jefes… lo crucificaron”. La decepción y el fracaso les ha bloqueado el corazón y por lo tanto cegado la vista, se han instalado en la desconfianza: “algunas mujeres de nuestro grupo… dicen que unos ángeles les han dicho que está vivo”. Decepción, frustración, bloqueo, desconfianza, abandono, desolación ¿No estamos experimentando algo de esto en este tiempo de confinamiento?
Realmente el Evangelio es vida, narra vida, nos hace tocar la espesura de la vida y este domingo nos narra el camino que va de la derrota, la desolación y el sinsentido a comenzar a vislumbrar en la misma vida otro modo de percibirla, de estar en ella, de sentirla, de vivirla desde el Viviente. El seguimiento del Señor, la espiritualidad, no es pasar de esta vida “material” a otra vida “espiritual”, pasar de la “tierra” al “cielo”. No es creer que este tiempo de pandemia es la pasión y la resurrección vendrá cuando pase… esto es seguir anclados en el dualismo y en un cierto sentimentalismo, respetable pero superficial.
La vida cotidiana es una y sólo una. Lo que pasa es que hay dos modos de vivirla: o la vivimos otorgándole a la muerte la última palabra o la vivimos cada día desde la Vida que la sustenta y la alienta. El Evangelio de este domingo nos da las claves para abrir la vida cotidiana a la Vida que no se agota, que permanece, que sustenta, que fortalece. La Pascua la celebramos y la simbolizamos en el tiempo litúrgico pero la Pascua es un asunto de cada día: pasar del bloqueo, del ensimismamiento a que nos arda el corazón y se nos abran los ojos y podamos decir y contar que el Señor Resucitado va en nuestro mismo caminar.
La Pascua, el paso de la muerte a la vida, de los discípulos de Emaús se da en el momento en que a pesar de su desesperanza y frustración son capaces de decirle al compañero de camino: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». El relato cambia aquí, se da un quiebro porque a pesar de toda su pesadumbre son capaces de ponerse en la piel del otro, son capaces de acoger, de hacer sitio, de no pasar de largo, de percibir en el compañero a una criatura que no la pueden dejar sola ante la noche, y no olvidemos que la noche es fuente de terrores en todas las culturas. En la noche de la pandemia no podemos dejar pasar de largo tantas…
Esto impresiona por su sencillez, pero es que el Evangelio es un camino de sencillez, “no te vayas hombre, quédate a cenar con nosotros, que ya es tarde…” Acogen al peregrino y les cambia la vida, cenan juntos y ahora al compartir pan y palabra “entienden” las Escrituras, las historias de Dios con su pueblo, vuelven a la comunidad, se reencuentran en el Palabra proclamada y el Pan compartido. ¡Ha entrado en nuestra casa y se queda con nosotros para siempre!
Toni Catalá SJ