Domingo doce del tiempo ordinario (Mt 10,26-33)
Si hacemos una lectura seguida y serena de los cuatro evangelios, no olvidemos que no se escribieron con capítulos y versículos, caemos en la cuenta de como a lo largo de la lectura nos encontramos por parte de Jesús a una continua invitación a no temer, a no tener miedo, a la pacificación y a pedir la fortaleza: “no temas Zacarías”, “no temas María”, “no temáis pastores”, “no temas Pedro”, “no temáis rebaño pequeño”, “no os agobiéis pensando…”, “no tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo”, “la paz con vosotros”, “venid a mi los cansados y agobiados”, “pedid fortaleza al Espíritu”… Si hacemos está lectura serena nuestro corazón se alegra y desea acercarse continuamente a Jesús.
El Cristo narrado y recordado y vivido por las comunidades cristianas es un Jesús pacificado y pacificador, un Jesús que invita a vivir a luz del día y no esconderse en la oscuridad de la noche, un Jesús que nos quiere desplegando toda nuestra dignidad de hijas e hijos del Dios de la Vida a plena Luz en verdad y alegría, y no escondernos en la tiniebla, en la medio verdad, en lo ambiguo, en lo viscoso, lo enrarecido, lo odioso, lo insultante, lo amargo, en la cobardía de lo anónimo… que tanto aflora en momentos críticos como el que estamos viviendo.
No nos quiere pusilánimes, encogidos, temerosos, sometidos, miedosos… La Buena Noticia de Jesús nos presenta dos modos de estar en la vida: tomar el camino de la libertad y la fortaleza o transitar por la vida encogidos y cargados de bloqueos. Tirar por un camino o por otro tiene que ver con el Dios al que le rezamos, invocamos y creemos, es decir, tiene que ver con el Dios en quién deseamos arraigar nuestra vida. No olvidemos que el Dios de Jesús es “La Fuente de la Vida”. El camino del bloqueo y encogimiento es el camino de los ídolos.
Jesús nos pone en guardia sobre un único temor que hay que evitar: el temor a los que nos pueden matar “cuerpo y alma”, es decir, matar no sólo la vida “biológica” sino que nos pueden matar la vitalidad, los deseos de vivir en compasión, de crear espacios de respiro y alivio como él. Temor a los que nos pueden meter en dinámicas de desesperanza, de derrotismo. Miedo a los que nos pueden convertir en “muertos vivientes”.
Lo que nos puede matar la “vida verdadera”, como le gusta decir a San Ignacio de Loyola, es no “ponerse de parte de Jesús” sino “negarlo”. Tenemos que andar con cuidado porque nuestros delirios nos llevan siempre a concebir el seguimiento como una pelea de buenos y malos: los buenos nosotros los cristianos, los malos los otros, lo de fuera; los que estamos de parte de Jesús los “salvados”, los que lo niegan, siempre los otros, los que serán “condenados” … ¿de verdad creemos que todo es tan simple? Ponerse o no de parte de Jesús no es algo que en este momento podemos saber con claridad, sólo lo sabremos al final, pero Jesús es bueno y nos ha adelantado los criterios finales: estar de mi parte es dar de comer, vestir, visitar… ¿nos suena?
Vamos a seguir deseando, pidiendo, estar siempre “de parte de Jesús” que ese deseo no nos mata la vida, sino todo lo contrario, nos Vivifica.
Toni Catalá SJ