Domingo 14 del Tiempo Ordinario. Ciclo B (Mc 6,1-6)
Con qué facilidad entre nosotros, entre nuestra gente, entre nuestras familias y comunidades, entre nuestras amigas y amigos nos damos por sabidos y nos matamos en vida. Impresiona la facilidad que tenemos para anularnos en vida, para no dejar que aparezca la novedad, lo inesperado, el don de cada uno… eso mismo le pasó a Jesús.
Su gente está incapacitada para percibir que, desde que Jesús les dejó, desde que se marchó tras Juan el Bautista, le han pasado cosas y cosas muy buenas. Jesús retorna a su pueblo con más sabiduría, con más entrañas compasivas, pero no puede ser… es sólo el carpintero y el carpintero tiene que seguir siendo. Lo que ha sido uno, lo que ha sido su familia es y será, no cabe la novedad, el pasado es lo que es y no hay más cera que la que arde. De Nazaret no puede salir nada bueno, de esa familia tampoco, de ese apellido nada en absoluto.
Esto a Jesús le provoca mucho dolor, entre su gente no puede desplegar sus dones, no puede aliviar ni curar, “no pudo hacer allí ningún milagro”. Se siente despreciado, se tiene que marchar. Los humanos dan la impresión de que buscamos enfermizamente seguridad, el tenerlo todo controlado, el ocultar nuestros miedos, envidias y rencores bajo capa de estabilidad “sinagogal”, de saber siempre a qué atenernos con leyes claras y distintas.
No nos cuesta aplaudir lo ajeno, lo exótico, el dejarnos seducir por lo estrambótico, nos cuesta aceptar la bondad del cercano. ¿Será porque me saca los colores como dice San Pablo? Nos cuenta la humildad de reconocer que la gente cambia gracias a Dios, nos cuesta dejarnos sorprender porque “Dios trabaja”, como nos dice San Ignacio, en las criaturas concretas que nos rodean. No dejamos que el pasado se abra a la novedad y nos cuesta aceptar que lo que “está por venir”, el futuro del Dios de la Vida está ya incidiendo en nuestros entornos concretos.
Este relato evangélico es duro, pero es la vida misma: muchas veces la compasión y la bondad no interesan. Jesús no ejerce ningún poder extraordinario para acreditarse, para demostrar nada, no hay nada que demostrar. La Fuerza que habita en Jesús es para aliviar sufrimiento de los abatidos no para exhibirse ni apabullar a los demás. El evangelista Marcos le tiene que quitar dureza al relato diciendo, con una cierta incoherencia narrativa, que “sólo curó algunos enfermos”, después de decir que no pudo hacer milagro.
Esta escena de la vida de Jesús nos tendría que hacer reflexionar seriamente sobre cuantas “energías evangélicas” desperdiciamos porque nuestras mezquindades impiden que afloren, nuestros miedos las bloquean, nuestras envidias las inutilizan, nuestras inseguridades las neutralizan…
Jesús se sorprende de su falta de confianza en él. ¿De qué se sorprendería Jesús hoy en nuestras familias cristianas, comunidades, parroquias… en su Santa Iglesia? Posiblemente de nuestra capacidad para anularnos unos a otros. ¡Pidamos confianza entre nosotros y en ÉL!
Toni Catalá SJ