Domingo séptimo del tiempo ordinario (Mt 5,38-48)
Seguimos dejándonos conmover por Jesús en el “sermón del monte”, un Jesús que no sólo no ha caído en la trampa de la imposición, del dominio, y del provecho propio en su decir y hacer Reino de Dios, sino que ahora sigue proclamando con una profunda libertad, “habéis oído que se os dijo… pero yo os digo”, que el Reino no tiene que ver con equilibrios de “fuerza”, siempre muy precarios, y siempre construidos sobre dinámicas violentas latentes pero que afloran en muchos momentos.
Equilibrios que configuran el “orden de este mundo” que Jesús desenmascara. Te quiero y me tienes que querer, y si me quieres te seguiré queriendo…; te acompaño un trecho de camino, pero tú me tienes que acompañar otro; te saludo y me saludas y si me saludas te seguiré saludando; te dejo “esto y lo otro” y tú me dejas… todo esto está muy bien, pero más de una vez esto estalla de modos más o menos violentos.
Cuando uno de los dos polos en equilibrio precario falla, todo se rompe y entonces aparecen resentimientos “yo me sacrifiqué por ti y tú así me lo pagas”; reproches, “te acompañé una vez y tú después pasaste de mi”; frustraciones, “yo siempre dando y no recibiendo nada de nadie”; iras, “tan bien que me porté con mis padres y al abrir el testamento…” Jesús se coloca desde otra perspectiva, no me cansaré de repetir que el Evangelio no es más de lo mismo. Jesús siempre nos abre la vida a dimensiones insospechadas y fascinantes. El evangelio no es un manual de autoayuda, ni un recetario para estar mejor conmigo mismo y apañármelas lo mejor posible cuando el otro me falla. El Evangelio es una invitación para, con Jesús, ubicarnos en la vida de otro modo que el de “los gentiles y publicanos”. Nosotros fallamos, el Amor Incondicional nunca.
Jesús se deprende de lo suyo en favor nuestro. El suelta su vida compasivamente y no nos pide nada a cambio, no hay simetría. Esto impresiona y no lo digo por hinchar el lenguaje: hasta el final está aliviando a su gente y cuando entrega su vida no va a pedir nada para si, no va a decir “ahora os pido que me queráis» sino «que os queráis entre vosotros como yo os he querido”, es decir, soltando lo vuestro en favor del otro, no estés mirando de reojo si te va a devolver el favor, se desprendido, gratuito, no establezcas relaciones buscando siempre la reciprocidad.
Jesús se sintió abandonado y negado por los suyos y cuando en la Pascua retornó sobre ellos, ni reprochó, ni afeó conductas, ni hundió en la culpa, sino que, pronunciado una palabra de paz, shalom aleijem, los fortaleció y los convocó. Lo que hay detrás de todo esto que nos parece tan inaccesible esta ni más ni menos la Buena Noticia de Jesús que consiste en aceptar con humildad, hace falta y mucha, que el Dios Padre Madre que se revela en él nos quiere única y exclusivamente por ser criaturas suyas no por las relaciones que podamos establecer con él (“nada ni nadie nos separará del amor de Dios… Rom 8) Sólo cuando nos dejamos querer por él empezamos a entender que Jesús nos invite a ser perfectos, la perfección de la ley para Mateo es el Amor, como el Padre nuestro lo es, Lucas que escribe para no judíos nos dirá “sed misericordiosos como vuestro Padre es Misericordioso”.
Toni Catalá SJ