Dos situaciones son el punto de partida del relato evangélico del próximo domingo, tercero de Cuaresma. Son dos situaciones que pondrán en evidencia la lógica por la que se rigen quienes se dirigen a Jesús. Por un lado, la ejecución por parte de Pilato de unos galileos cuya sangre mezcló con la de los sacrificios. Por otra, la muerte de dieciocho personas que fueron aplastadas al caerles encima la torre de Siloé. En ambos casos Jesús llega a la misma conclusión: aquellos que perecieron no eran mejores que los que quedaron con vida. De esta manera, tumba la lógica según la cual quien es alcanzado por alguna desgracia es culpable de algún pecado. Es la lógica que lleva a creer que cada uno recibe lo que se merece. Esta lógica, que se presenta desde una creencia religiosa, la seguimos lastrando aunque ya no se presente bajo ese ropaje religioso.
Jesús no sólo está cuestionando esa lógica que se ha asumido por “normal y natural” sino que también pone en evidencia que los discursos sobre “lo normal y natural” no dejan de ser muchas veces una construcción ideológica interesada y, por ello, ejercen una función encubridora de engaños y cegueras. Jesús desenmascara el engaño que hay tras esa lógica: “no hemos sufrido esas desgracias porque somos justo; algo habrían hecho aquellas personas ejecutadas por Pilato o sepultadas por la torre de Siloé para merecer ese castigo o sufrir ese infortunio.”
Para desenmascarar esta lógica Jesús recurre a la narración de una historia donde se parte de una situación concreta con la que se identifica fácilmente el oyente: una viña y el trabajo del dueño de la viña que a lo largo de tres años ha ido a buscar frutos y no los ha encontrado. Su reacción es lógica: hay que cortarla. Quienes oyeron a Jesús contar algo así aprobarían lo razonable de esta forma de pensar y esperarían a que el viñador hiciera lo que su señor le había ordenado. Sin embargo, se produce un quiebro, una ruptura en la secuencia lógica que cambia el curso de un final previsible.
Por medio de parábolas como ésta, Jesús pone en evidencia una lógica que se ha asumido como “lo normal y lo natural”. Es lo que sucedió cuando les dijo que un sembrador salió a sembrar y que una parte de la simiente cayó junto al camino, otra en terreno pedregoso y entre cardos pero también en tierra buena (Lc 8, 4ss). No podían dar crédito a lo que estaban escuchando, era imposible, aquello no cuadraba con lo que sabían sobre el modo de actuar de un sembrado: ¿Qué sembrador echa la simiente sin que le preocupe dónde pueda caer? ¿Qué sembrador echa la semilla al azar arriesgando la posibilidad de la cosecha? ¿Qué sembrador no mira con cuidado que toda la simiente caiga en tierra buena? Es imposible que un sembrador actúe de ese modo. Jesús volvía a romper las ataduras de tantas lógicas que someten cuando nos habló de un sembrador que actuaba de un modo tan desmedido y desproporcionado que parecía despreocupado de lo que se esperaba de él. Y nos recordará que será el Dios de la Vida quien procede exactamente igual cuando “hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45).