Jesús miraba lo que le rodeaba de tal modo que reconocía en ella la presencia del Reino creciendo como la semilla pequeña que puede llegar a convertirse en un gran árbol (Mt 13,31-32), como el puñado de levadura, que fermenta una gran masa (Mt 13,33), como la buena semilla que crece en medio de la cizaña (Mt 13,24-30). Y se dio cuenta que el Reino crecía y sintió la misma sorpresa de aquel que planta una semilla y al día siguiente se encuentra que ha germinado sin saber cómo (Mc 4, 26-34)
Y descubrió que no había motivo alguno por sentirse ansioso o preocupado porque el Reino, al igual que la semilla, esconde en sí mismo la fuerza de un crecimiento imparable: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Quizá por eso toda su vida fue una invitación a la tranquilidad (Mt 6,24-34) y a dejar todas las ansiedades que no hacen sino despistarnos de lo esencial: buscar el Reino de Dios y su justicia. Todo lo demás, aunque nos cueste creerlo, ya se nos está dando por añadidura.