Tercer domingo de adviento (Mt 11, 3-11)
Esta pregunta no es ociosa. Juan Bautista y su grupo están perplejos ante la actuación de Jesús. Habían alimentado la esperanza que era “el que tenía que venir” para poner el hacha en el árbol, para separar el trigo y la parva, para confrontar a la “raza de víboras” y resulta que Jesús tira por otros derroteros. Los de Juan están desconcertados porque Jesús, en vez de caminar por el camino mesiánico que él enunciaba y preparaba, se dedica a “perder tiempo”. El tiempo urge según el profeta, con las gentes que están en los márgenes de estos caminos derrengados y abatidos.
¿Tenemos que esperar a otro? Esta pregunta da la impresión de que expresa también una esperanza frustrada, una cierta decepción porque tal como se sitúa Jesús por los caminos de Galilea no parece que se vaya a provocar un cambio inminente. Jesús no entra en disquisiciones, discusiones, ni elucubraciones sobre el mesianismo ni sobre el final del tiempo presente, sino que apela a sus prácticas de sanación y liberación: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo…” No sólo oyendo sino sobre todo “viendo” y es que Jesús ha venido a “anunciar la Buena Noticia del reino (oír) y a curar todo achaque y enfermedad del pueblo (ver)” (Mt 4,23)
Los ciegos, cojos, inválidos, sordos, leprosos, muertos, pobres… todas aquellas criaturas del Dios de la Vida (“Padre Nuestro”), abatidas, carentes, bloqueadas, derrengadas, encogidas, paralizadas… Aquellas criaturas que no pueden repartir lo que tienen porque no tienen nada, que no pueden tomar grandes decisiones éticas porque la vida no les da de sí, aquellas que no caben en la predicación de Juan… Son los “pequeños del reino” que son más grandes que Juan y que todos nosotros, con nuestros discursos y opciones, juntos. Ciertamente Juan es el más grande desde la lógica del sistema religiosa, más grande que letrados, escribas, fariseos, saduceos… pero desde la lógica del Reino de Dios los pequeños son los más grandes, son los “rescatados del Señor” (primera lectura).
Jesús sabe que esto es escandaloso para muchos, porque no pueden entender que lo de Dios tenga que ver con lo pequeño y lo roto porque detrás de toda carencia y enfermedad siempre hay un pecado del sujeto o de sus padres. Realmente la Buena Noticia de Jesús es sorprendente, cambia la percepción de Dios y, por lo tanto, la percepción de la vida y del modo de ubicarse en ella. Jesús, a continuación de este encuentro con los discípulos de Juan, dará gracias al Padre “porque la gente sencilla me entiende, los sabios y entendidos no me entienden, gracias, Padre porque te ha parecido esto bien” (Mt 11, 25-26)
Muchas veces hemos olvidado que Jesús “dice y hace, hace y dice”. El hacer de Jesús nos implica compasivamente en nuestro modo de estar en la vida, generando dinámicas de sanación, de fraternidad, de compasión, de liberación y esto es más engorroso, pero más apasionante. ¡Gracias Jesús porque nos haces mirar a los márgenes de los caminos de la vida!
Toni Catalá SJ