CELEBRACIÓN 31 DE JULIO

La Compañía de Jesús y la red ignaciana en Valencia celebrará el Día de san Ignacio con la eucaristía a las 20h en la Iglesia del Centro Arrupe y con una cena, tras esta celebración, a las 21h.

IGNACIO DE LOYOLA, BUSCADOR DE LA VOLUNTAD DE DIOS

Su nombre familiar era Iñigo López de Loyola, pero decidió cambiarlo por el latinizado Ignacio cuando estudiaba en París. Su historia es la de un hombre cuyo único afán era descubrir la voluntad de Dios y cumplirla. Durante su juventud tuvo otros planes, persiguió honores y gloria, pero uno a uno se le fueron cerrando los caminos con los que soñó. A través de sus fracasos, derrotas y heridas fue como Dios entró en su vida. Poco a poco aprendió a dejarse guiar y a mantener siempre viva en su corazón la pregunta: ¿qué quieres ahora de mí Señor? Y el Señor le llevó casi siempre por donde él no esperaba.

Ignacio de Loyola fue el joven que quiso tenerlo todo y fracasó en el intento. Fue un joven con sueños, con ideales, con ambición y con proyectos. Quiso triunfar, brillar en sociedad, ganar títulos, riquezas, honor. Lo intentó haciéndose sitio en la corte y se encontró con que nunca iba a pasar de ser un simple paje. Lo intentó en la carrera militar y se preparó para la guerra pero aquello también acabó en fracaso y con la pierna destrozada en la defensa de Pamplona, obligado a una larga convalecencia en Loyola. Allí se encontró con Dios. Allí lo descubrió en las largas horas de tedio disipadas con lecturas de vidas de santos y de Cristo. Y empezó a imaginarse a sí mismo deseando parecerse a aquellos santos que habían hechos grandes cosas movidos por el amor a Dios.

Fue el inicio de una peregrinación que le llevó hasta Tierra Santa y luego hasta París, habiendo pasado antes por Barcelona, Alcalá, Salamanca. Allí en París, en la universidad, se encontrará con quienes llegarán a ser los primeros compañeros en una misma búsqueda y deseo: vivir en Tierra Santa con tal de imitar a Jesucristo en todo, ordenados como sacerdotes “a título de pobreza”. Si no fuera posible llegar a Tierra Santa, se ofrecerían al Papa para que él dispusiera de ellos. Fracasaron en los primeros propósitos. Pablo III los recibió y se quedó gratamente sorprendido cuando Ignacio le anunció que podía contar con ellos para lo que considerará más necesario. El Papa valoró de corazón la savia nueva que traían estos sacerdotes instruidos y virtuosos, que quizá pudieran ser esa reforma verdadera de la que la Iglesia estaba tan necesitada. La opción de Jerusalén ha quedado descartada. El Papa les dijo que en Roma tenían una buena Jerusalén, y comenzaron así a desplegar su apostolado en Roma. Son los inicios de la Compañía de Jesús.

Mientras los primeros compañeros se dispersaban para atender las misiones encomendadas por el Papa, Ignacio, como primer Superior General de la Orden recién fundada, permanecía en Roma, dando forma a un modo de vida alentada por una espiritualidad arraigada en la experiencia de los Ejercicios Espirituales. Son años en los que desarrolló múltiples iniciativas apostólicas: la catequesis con niños, el trabajo con prostitutas, la creación de centros de formación para los que iban uniéndose a la Compañía. Son años dedicados a orientar los primeros pasos de la Compañía que a su muerte, el 31 de julio de 1556, contaba con mil jesuitas repartidos en los cuatro continentes.

Ignacio Dinnbier SJ

ESPIRITUALIDAD IGNACIANA, ESPIRITUALIDAD DE DISCERNIMIENTO

Uno de los rasgos más característicos de la espiritualidad ignaciana es ser una espiritualidad en la que el discernimiento tiene un papel central. El discernimiento, como nota propia y significativa de la espiritualidad  cristiana, ni nace con San Ignacio ni es exclusivo de la espiritualidad ignaciana. ¿Qué es, pues, lo que aporta la espiritualidad ignaciana al discernimiento cristiano? Creo que, por una parte, el papel central y decisivo que el discernimiento tiene en la experiencia espiritual tal como San Ignacio la propone y, por otra, algunas características propias en su modo de plantearlo y llevarlo a cabo.

La espiritualidad ignaciana es una espiritualidad que aspira a vivir la experiencia de Dios en la vida cotidiana, en medio de los compromisos, los conflictos y los desafíos que presenta al cristiano una vida en medio del mundo. San Ignacio, al dictar su autobiografía, definía su madurez espiritual como que “cada vez y hora que quería hallar a Dios, le hallaba” y su mejor intérprete contemporáneo, el P. Jerónimo Nadal, refiriéndose a esta espiritualidad, acuñó la fórmula “contemplativos en la acción”. Ese descubrir a Dios y encontrarse con Él en lo que muchas veces es la espesura y la opacidad de lo cotidiano  pide mucho discernimiento. Por eso, el discernimiento es determinante para vivir la espiritualidad ignaciana.

Junto a esa centralidad, hay algunas notas típicas de la forma ignaciana de entender y practicar el discernimiento. Subrayaré algunas de ellas.

En cuanto a su objetivo, el discernimiento ignaciano es un discernimiento orientado al servicio, al “más” en el amor y en el servicio a Dios y a nuestros hermanos. Para San Ignacio el servicio  es la forma concreta y cotidiana del amor, y el discernimiento intenta responder a la pregunta de cuál es el mayor y mejor servicio que yo puedo prestar en cada momento concreto de mi vida. En ese sentido, el discernimiento ignaciano es un discernimiento para la decisión y para la acción. entendidas en clave de servicio.

En cuanto a la forma, modo o procedimiento, San Ignacio distingue varias formas según las diversas situaciones vitales. Por supuesto, el discernimiento ignaciano es, como todo discernimiento espiritual, un discernimiento orante. Pero, además, el discernimiento ignaciano presta una especial atención al movimiento de los afectos interiores, muchas veces variados y contrapuestos, que sentimos al plantearnos las diversas opciones de vida o de acción. Entran aquí en juego elementos muy propios del discernimiento ignaciano: las “mociones”, “consolaciones y desolaciones”, “reglas para discernir las mociones”…  A partir de su propia experiencia, ya desde los primeros momentos de su conversión en Loyola, San Ignacio piensa que Dios se nos comunica a través de esos movimientos afectivos.

Finalmente, es importante señalar que en San Ignacio el buen discernimiento es un discernimiento “acompañado”. El subrayado que hace la espiritualidad ignaciana en el acompañamiento espiritual se vincula al discernimiento. El acompañante no sustituye a la persona que discierne, sino que le ayuda en ese proceso de discernir que muchas veces es complejo y expuesto al autoengaño por el juego de las presiones exteriores o de las pasiones interiores que puede condicionar o pervertir nuestras decisiones.

Darío Mollá sj

IGNACIO DE LOYOLA

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