Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 15 – 21
Domingo 29 del Tiempo Ordinario – Ciclo A
COMENTARIO
“DAD… A DIOS LO QUE ES DE DIOS”
La trampa tendida a Jesús estaba bien pensada, era inteligente: “¿es lícito pagar tributo al César o no?”. Si contesta que sí, le acusamos de colaboracionista con el opresor romano; si contesta que no, le acusamos de rebelde al César y de revolucionario y agitador de las masas. Jesús al contestar les dice que al César hay que darle lo que es del César… pero añade algo más que no le han preguntado: que también hay que dar “a Dios lo que es de Dios”. Porque la autoridad máxima no es la del César sino la de Dios. Y con ello le está diciendo algo así como “parece mentira que vosotros os olvidéis de Dios que está por encima de cualquier César”. Del César de entonces y de los de ahora.
“Dar a Dios lo que es de Dios”. ¿Qué es eso? ¿Qué es aquello que sólo a Dios debemos dar porque es Dios quien nos lo ha dado a nosotros? Evidentemente no es dinero ni tributos que se pagan en dinero. Es algo mucho más personal: nuestro corazón, nuestro amor. Porque Él nos amó primero, porque Él nos ha dado la capacidad de amar. San Ignacio lo expresa con claridad en esa oración final de los Ejercicios que es el “Tomad, Señor, y recibid”: “Vos me lo distéis, a vos, Señor, lo torno”. Sí: es lo más valioso que tenemos cada uno de nosotros, nuestra capacidad de amar, nuestra capacidad de entregarnos a Dios y a los demás.
A lo largo de todo el evangelio, de su vida y de sus enseñanzas, Jesús nos enseñó dos cosas muy importantes que es bueno recordar en este domingo y a propósito de este evangelio.
La primera es que a Dios le devolvemos su amor, el amor que Él nos ha dado, amando a nuestros hermanos, poniéndonos a los pies de nuestros hermanos. Nuestra oración y nuestra relación íntima con Dios son auténticas y verdaderas si nos ponen al servicio de nuestros hermanos. Y de un modo muy especial al servicio de nuestros hermanos más débiles, más necesitados, más vulnerables: al servicio de aquellos que no nos pueden compensar ni devolver. Porque les amamos y nos entregamos a ellos no porque esperemos ningún tipo de compensación o respuesta, no por lo que esperamos recibir, sino por lo que ya hemos recibido. Por mucho amor que demos no alcanzará nunca, ni de lejos, el amor que nosotros hemos recibido de Dios.
La segunda cosa, que no debemos olvidar nunca, es que el amor de Dios a cada uno de nosotros es un amor gratuito. Los gobernantes de este mundo nos persiguen y castigan si no pagamos sus tributos. Dios ni persigue ni castiga. Dios sigue amando, sigue confiando en nosotros, nos sigue dando la oportunidad, siempre, de que convirtamos nuestro egoísmo en amor y nuestra resistencia a la entrega en generosidad.