Anunciaba la buena noticia y curaba toda enfermedad del pueblo

Domingo tercero del tiempo ordinario (Mt 4,12-23)

Después de todo lo acontecido y vivido junto con Juan el Bautista, Jesús se siente enviado a comunicar, a trasmitir que el Reinado de Dios se está acercando, que es algo inminente, que está ya ahí, y que para percibirlo hay que “convertirse”. Hemos malgastado tanto esta palabra que ya no sabemos lo que significa: se trata de que el “pagano” se haga cristiano, se trata de que el cristiano se examine y se arrepienta de sus pecados, se trata de una mera opción nuestra de ser mejores…

Jesús nos muestra que nos podemos convertir porque está llegando el reino y en la medida que percibimos que el Dios que se acerca es Bondad, fuente de la Vida, Amor incondicional, fuente de salud y de vida nuestro corazón se trastoca y cambiamos de percepción, el corazón se ablanda, deja de estar ensimismado y endurecido y se abre a la compasión.

La conversión es dejar que el corazón de un vuelco y así nuestra mirada también cambia. La persona que se convierte, que con un corazón trastocado cambia de mirada, ya no ve una pecadora sino una mujer necesitada de dignificación, ya no ve un leproso a excluir sino una persona necesitada de inclusión y de sanación, ya no ve a un ciego cargando con la culpa de sus padres sino una criatura necesitada de luz… De ningún modo se da conversión sin compasión.

Lo que no podemos olvidar de ninguna manera del evangelio de este domingo es que Jesús anuncia el reino y practica el Reino. Jesús dice a Dios y vive a Dios: “Jesús anunciaba la Buena Noticia del Reino y curaba todo achaque y enfermedad del pueblo”. Jesús dice y hace, hace y dice. Cuando olvidamos que “anunciaba y curaba” mutilamos el evangelio. Esa conjunción ”y” es un “engorro” porque nos implica en el modo de estar en la vida.

Mientras Jesús solo diga palabras por hermosas que sean podemos estar sentados oyendo tranquilamente, pero si Jesús cura y alivia ya nos tenemos que poner en marcha. Para Jesús es evidente que es más importante hacer que decir. Hasta los demonios saben y confiesan que Jesús es el hijo del Dios Vivo, pero la bondad y la compasión siempre son acogidas por el Dios de la Vida sea uno creyente o no creyente, no olvidemos el “¿cuándo te vimos?» de Mateo 25.

Jesús nos invita a seguirle incondicionalmente, Pedro, Andrés, Juan, Santiago perciben su invitación a seguirle y lo dejan todo, pero lo dejan porque ahora van a ser “pecadores de hombres”. Esta imagen de pescar hombres no se si suena a proselitismo, o a poster de pastoral vocacional a la vida religiosa o al seminario… Pescar hombres, en la simbólica bíblica del tiempo de Jesús, es generar ámbitos en que las criaturas salgan del mar. El pueblo judío participa de unos de los miedos ancestrales de los humanos que es el pavor al mar, lugar de oscuridad en donde habitan los monstruos, para que se puedan vivir como criaturas dignificadas que descubran su vocación de hijos e hijas de Dios (“vi un cielo nuevo y una tierra nueva, el mar no existe ya” dice la profecía apocalíptica cuando se visualiza el futuro de Dios) Dejémonos seducir por Jesús y seguirle en su misión y en continua cercanía con él.

Toni Catalá SJ