Domingo 31 del Tiempo Ordinario. Ciclo B (Marcos 12, 28b – 34)
Jesús ha entrado ya en Jerusalén en lo que va a ser la última y definitiva etapa de su vida. En ese contexto transcurre el capítulo 12 del evangelio de Marcos al que pertenece el evangelio de este domingo. Un capítulo que en su casi totalidad presenta tensos diálogos de las clases dirigentes de su época con Jesús: sumos sacerdotes, letrados, fariseos, herodianos, saduceos… En ese contexto polémico se acerca a Jesús un letrado que le pregunta cuál es el precepto más importante de los más de seiscientos que exigía la tradición rabínica.
La respuesta de Jesús, como en otras ocasiones, recoge palabras de la tradición de Israel. El amor a Dios “con todo el corazón, con toda al alma, con toda la mente, con todas tus fuerzas” es una cita del Deuteronomio. El “amarás al prójimo como a ti mismo” está formulado en el Levítico. Lo que Jesús hace es destacar estos preceptos como los más importantes, muy por encima de los demás, y unir indisolublemente el amor a Dios y al prójimo: “No hay precepto mayor que éstos”. Jesús une en un mismo y único precepto el amor a Dios y al prójimo.
El amor a Dios hace posible un amor auténtico, limpio y gratuito al prójimo y el amor al prójimo verifica la verdad y profundidad de nuestro amor a Dios.
Si me preguntas qué añade la experiencia de Dios al compromiso social, te diré que al menos dos cosas muy importantes. La primera, la más sólida de las motivaciones para ese compromiso: la de saber que cualquier persona (de la condición económica que sea, del origen que sea, con las carencias y defectos que tenga…) es hijo de Dios y merece ser tratado con igual dignidad, la dignidad suprema de persona humana e hijo de Dios. La segunda: la limpieza de intención en el acercamiento a todas las personas, especialmente a los más pobres y débiles, superando toda tentación de manipulación o uso interesado en beneficio propio de personas o grupos; la honestidad y gratuidad en la acción social.
Si la pregunta es qué aporta el compromiso social a la experiencia de Dios, también te responderé que aspectos fundamentales. Por una parte, hace que la experiencia de Dios no sea una ensoñación o un refugio personal, o una huida de tus problemas o de los problemas del mundo, sino que el Dios al que rezas sea de verdad el Dios de Jesús, el Dios del evangelio. Y, por otra parte, ese compromiso social hace que tu experiencia de Dios se concrete en una vida más cercana a los valores del evangelio: más cercana a los pobres, más humilde, más abnegada, menos centrada en ti mismo, más libre de ambiciones y egoísmos.
“Lo que hayáis hecho a uno solo de mis estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 40). “… si no ama al hermano suyo a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1ª Juan 4, 20).
Darío Mollá SJ