Domingo 1º de Cuaresma – Ciclo B (Mc 1,12-5)
Jesús es empujado al desierto, no a un lugar desierto, sino al desierto. Cuando Jesús se retira a orar busca un lugar desierto, lo hemos visto en domingos anteriores, el desierto es adjetivo; aquí en las tentaciones el desierto es sustantivo, porque el desierto no es un lugar sino la vida misma. Perdimos el Paraíso, “no sabiendo que hacer con nuestra libertad” nos dirá San Ignacio de Loyola, y esta tierra nuestra dejó de ser hospitalaria y la convertimos en inhóspita.
En el desierto no se sabe por dónde se camina, el desierto es desesperante porque se presta a espejismos, los vivientes son peligrosos, acecha la serpiente y el alacrán… En el desierto se tienen que confrontar, poner enfrente, los miedos más ancestrales. En el desierto aparece la necesidad enfermiza de ídolos que nos den seguridad. Hoy ya no adoramos al “becerro de oro”, sino como hace años escribió un excelente columnista de prensa, sino al “oro del becerro”.
En este lugar desértico e inhóspito la mentira y el crimen configuran las dinámicas sociales (“satanás es padre de la mentira y homicida desde el principio” Jn 8,44). Abel fue eliminado y quedamos los hijos de Caín. Lo que pasa es que seguimos con el “¿soy acaso el guardián de mi hermano?”. Acaso no es cainita este mundo nuestro, no es cainita que la mitad de la riqueza de este mundo la tenga el uno por cien de la población, valga como ejemplo.
Marcos no puede decir más en menos. Otra cosa es que pasemos rápidamente de largo por estos versículos al tenerlos por míticos, anticuados e incluso dañinos para nuestra sensibilidad “políticamente correcta”. Lo que nos dice el Evangelio este primer domingo de cuaresma es que Jesús no rehúye confrontarse con este mundo nuestro tan desquiciado y desquiciante. Jesús no se retira, no rehúye la confrontación, no se repliega, ni desprecia este mundo ni se queda fascinado ante él, sino que se vive trabado en él porque este mundo es el que hay que sanar.
Es de agradecer que, desde el principio, el Evangelio nos presente a Jesús como el Abel que retorna para hacer la paz y ofrecerle la posibilidad de reconciliación a Caín (gracias J. Alison). Jesús en el desierto de este mundo, en lo inhóspito, en lo no reconciliado, en lo caótico e injusto se presenta como el que proclama “El Evangelio de Dios”. Jesús no proclama la venganza sobre los hijos de Caín que lo único que haría es prolongar el sufrimiento de este mundo alimentando la espiral de violencia, sino a ofrecernos la posibilidad de reconciliarnos con nosotros mismos, con los hermanos, con la creación y con El, restaurando la paz mesiánica. Jesús, el Mensajero, es servido por los mensajeros, ángeles, de Dios. El Dios de la vida está por la Paz y Reconciliación.
En Jesús comienza la posibilidad en virtud de su vida, pasión y pascua, para esto nos preparamos en este tiempo de Cuaresma, la posibilidad de iniciar la paz reconciliada: “El niño jugará con la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo” (Is 11,6-9), “Aquel día haré en su favor una alianza con los animales salvajes, con las aves del cielo y los reptiles de la tierra. Arco y espada y armas romperé en el país, y los haré dormir tranquilos” (Os 2,20). Pongamos de nuestra parte con Jesús para poder dormir tranquilos con toda la creación.
Toni Catalá SJ