Domingo veintidós del tiempo ordinario (M6 16, 21-27)
Pedro ha confesado muy bien que Jesús es el enviado del Padre (domingo anterior), es el que tenía que venir anunciado por el Bautista, es el Hijo que viene de las entrañas compasivas del Dios de la Vida, es el Ungido, el Cristo… pero Pedro no entiende, o no quiere entender, que el tema no es confesar correctamente quién es Jesús, hasta los demonios confiesan que Jesús es el Hijo de Dios, sino seguirle tal como él se sitúa en la vida, en dejarse conmover al percibir cómo se vive como Hijo, sorprenderse en qué entiende Jesús por ser el Mesías de Dios. Nos podemos saber toda la “ortodoxia” de memoria y estar espantosamente mal ubicados en la vida.
Cuando Pedro oye que Jesús les anuncia lo que puede venir encima en Jerusalén, “padecer mucho por parte de los ancianos, sumo sacerdotes y escribas”, se enfrenta a Jesús y lo reprende. Pedro no quiere oír hablar de un Jesús entregado, quiere un Mesías triunfador, acreditado por el éxito y el reconocimiento. Jesús es contundente: “apártate de mi Satanás que me estás tendiendo una trampa, me escandalizas”. Lo mismo que dijo en las tentaciones ahora se lo dice a Pedro. No es que Pedro le quiera evitar la adversidad a Jesús por amistad y cariño, de ser así la respuesta de Jesús no hubiese sido tan radical, tenemos que evitar lecturas “edulcoradas” del evangelio.
Aquí otra vez nos encontramos en las entrañas del evangelio: Jesús es fiel hasta el final, es el que no huye cuando ve venir el lobo, el que no huye cuando se entera que Herodes lo quiere matar… “hasta el final, tercer día, estaré curando enfermos y expulsando demonios”.
Jesús quiere ir a Jerusalén, sabiendo lo que puede venir encima, no por obcecación sino por compasión. No va a Jerusalén por un destino fatal, querido por un dios cruel que quiere sacrificios sangrientos, ¡ojo que las imágenes arcaicas de dios siguen funcionando! Quiere ir porque Jesús es hijo de Israel y Jerusalén es la cumbre de su alegría, como dice el salmista, aunque sabe que la han convertido en el lugar de los “traficantes del dolor”. Sabe que han convertido el lugar de oración y de confluencia de los pueblos en “cueva de bandidos”. Como hijo de Israel quiere acercar la compasión al centro del poder religioso, aunque sabe que puede ser triturado por él. No quiere dejar a nadie sin la posibilidad de apertura al Reino que está aconteciendo.
Ahora Jesús, después de la confrontación con Pedro, les dice a sus discípulos que el que quiera ganar tiene que perder, el que quiera autoafirmar su vida la tiene que soltar, la tiene que ceder, el que quiera seguirle tiene que cargar con sus pérdidas de prestigio, de relevancia, de riqueza, de vanagloria, de dominio, de prepotencia…, eso es cargar con la cruz, y caminar con él hasta el final. “Ganar el mundo no sirve para nada si arruinas la vida” ¡Gracias Francisco Javier por lo bien que nos lo testificaste! … Pensar como los hombres y pensar como Dios no es posible. Pensar como Dios es el caminar humilde, compasivo, libre, pacificado, caminando con ternura y sentido de Justicia. Gracias Jesús porque contigo es posible caminar.
Toni Catalá, SJ