Señor, si hubieras estado aquí…

Domingo 5º de Cuaresma – Ciclo A (Juan 11, 1 – 44)

Seguramente muchos de nosotros nos hemos sentido identificados con esta frase y este sentimiento de Marta, la hermana de Lázaro y amiga de Jesús, en muchas ocasiones de la vida: “si hubieras estado aquí…”. Por ello, no he tenido ninguna duda a la hora de escogerla como motivo principal de este comentario dominical al evangelio que nos ofrece la liturgia de este penúltimo domingo de Cuaresma: el capítulo 11 de San Juan que narra la resurrección de Lázaro. Un día más, y más allá del “resumen” que posibilita la liturgia, os recomiendo la lectura completa del capítulo en vuestra meditación personal.

La frase de Marta pone de manifiesto un corazón herido. En primer lugar, por la muerte del hermano querido. Y, con respecto al amigo Jesús, esa frase expresa la queja sincera y la incomprensión por su tardanza en llegar cuando se le esperaba con inquietud porque, como dice el evangelista, “las hermanas le mandaron recado a Jesús diciendo. ‘Señor, el que tú amas está enfermo’”. Manifiesta con claridad que esperaban otra cosa del amigo.

Sin embargo, Marta no se queda en la queja y en la decepción.  Su confianza en el amor de Jesús por los tres hermanos y en su poder de dar vida permanece, pese a todo, intacta: “aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá”. Sigue a continuación un precioso diálogo entre los dos amigos, Jesús y Marta, que acaba con una rotunda confesión de fe: “Ella le contestó: “… yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

Un carismático jesuita, el P. Javier Fontova, fundador de Nazaret de Alicante, institución de acogida y educación para niños de la calle, en la que vivimos y trabajamos muchos años Toni Catalá y yo, solía decir: “La Providencia siempre llega… aunque muchas veces llega un cuarto de hora tarde…” Y ese cuarto de hora se hace eterno, y se pasa fatal en ese tiempo. Es, sin duda, una de las grandes pruebas de nuestra fe: las “ausencias” de Dios, o sus retrasos y tardanzas, en aquellos momentos y situaciones en que más necesitamos sentir su presencia.

El evangelio de hoy nos avisa que el amor de Dios nunca nos olvida, como recuerda San Ignacio en el libro de los Ejercicios al que está en desolación “el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta” (Ejercicios nº 320). Y también nos dice que la presencia del Señor es capaz de devolver la vida siempre “aunque lleve cuatro días” en el sepulcro. Por eso, la última palabra, es la palabra de la confianza. Eso sí, sabiendo que habrá ocasiones en la vida en que no será fácil confiar. Podremos entonces pedir a la buena de Marta que nos enseñe a hacerlo como ella…

Darío Mollá SJ

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