«Sabiendo Jesús que de Dios venía y a Dios volvía…» Lo hemos escuchado durante la celebración de la Cena del Señor. El relato del lavatorio no ha dejado escapar este detalle que pasa desapercibido. Aquella noche, Jesús supo como nunca antes lo había sabido que venía de Dios y a Él volvía. Había llegado la hora.
Fue como esa certeza que, en ocasiones, nosotros mismos hemos tenido. Esa certeza que te hace comprender algo que hasta ese momento se te escapaba. Es como una evidencia, una claridad que se te impone de tal modo que no te cabe la menor duda.
Aquella noche lo supo y quizá por eso, aquella cena de Pascua fue distinta a cualquier otra que compartió con sus discípulos. Fue a partir de ese momento cuando empezó a llamarlos amigos y les habló de un modo como nunca antes lo había hecho.
Fue entonces cuando tomó el pan, brindó con la copa y les lavó los pies. Quienes lo presenciaron no entendían, se les escapaba lo que estaba haciendo y diciendo. Quizá nosotros estamos en las mismas. Se nos escabulle lo que sucedió en Jesús aquella noche, aquello que supo. Quizá por eso, necesitamos seguir pidiendo lo que nos propone san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales. «conocimiento interno del Señor para más amarle y siguerle».