Desde el momento en que empezó a correr la voz de su presencia resucitada, se desencadenó en aquel primer grupo de discípulos una experiencia que no podían dejar de relacionar con lo que le había pasado a Jesús. Irrumpió lo nuevo, lo inesperado. Jesús ha resucitado y estaba actuando en aquel primer grupo de discípulos. Y es que en la resurrección de Jesús hay que considerar una doble vertiente. Como explica Manuel Gesteira, «algo sucedió en Jesús», muerto y crucificado; pero también «algo sucede en los discípulos», en su comunidad, por la resurrección”[1].
El libro de los Hechos de los Apóstoles narra este acontecimiento de lo que les empezó a suceder: la resurrección se transformó en insurrección por medio de la parresía de aquellos primeros, de su libertad y valentía para hablar y hacer sin miedo. Y, en nombre de Jesús, comenzarán a realizar signos de liberación: “la multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban curados” (Hch. 5,16).
No cederán ante las amenazas de quienes quieren meter el miedo en el cuerpo -“Intervino entonces el Sumo Sacerdote con todos sus partidarios, los de la secta de los saduceos. Llenos de envidia, hicieron arrestar a los Apóstoles y los enviaron a la prisión pública” (Hch 5,17-18)- y de quienes quieren acallarlos como hicieron con Jesús –“Los condujeron a presencia del Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó: ¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ese?” (Hch. 5,27-28)-.
Como escribe Pedro Casaldáliga, “si ella, la Iglesia, que es hija de la libertad del Espíritu, vendaval de Pentecostés, cede ante algún imperio -como tantas veces cedió- ¿quién proclamará el misterio de la entera Libertad?, ¿quién le dirá la verdad a Pilatos, a Anás, a Herodes?, ¿quién sostendrá la esperanza, tan golpeada, del Pueblo?” (Espiritualidad de la Liberación, 19).
[1] Gesteira Garza, M., La resurrección de Jesús, Madrid 1984, 19