El pasado 8 de Abril se cumplieron dos años desde la promulgación de la Exhortacíón Apostólica Amoris Laetitia. Muchos ríos de tinta se han escrito con motivo de este documento papal, de extraordinaria relevancia para resaltar el papel de la familia en una sociedad como la actual y en la que ésta debe afrontar retos constantes e innumerables desafíos. Uno de ellos es, sin duda, la atención a las personas separadas y divorciadas en la Iglesia.
Fue en 2014 cuando en el Centro Arrupe se dieron los primeros pasos en el acompañamiento de los procesos de ruptura de pareja. Este recorrido ha aportado experiencia y mayor perspectiva sobre el modo de acompañar, dándose algunas transformaciones. Una de la más importante, es el paso de una estructura, funcionamiento y metodología más propia de un Grupo a la de un Programa.
Queriendo mantener la esencia de los inicios, a los cuales debemos tanto, y el cambio necesario por el devenir del paso de estos años, encargamos a David Izquierdo, profesor de las Escuelas San José y amante del diseño gráfico la nada fácil tarea de un nuevo símbolo-logotipo que, tras los cambios producidos, pudiera definir, en un golpe de mirada, todo el contenido del Programa.
En el nuevo logotipo aparece por vez primera el nombre del Programa (anteriormente no constaba como tal). Este nombre, SEPAS, se nos muestra roto, separado, simbolizando cada una de las vidas que comienzan el camino dentro del Programa .
El nombre del Programa se encuentra dividido en dos sílabas SE y PAS; iniciales que son el comienzo de otras muchas palabras que el Programa contiene en su interior:
- S de separación pero también de sanación y salvación;
- E de escucha y de experiencias compartidas en sus sesiones- encuentro;
- P de proyectos renovados en nuestras vidas, de procesos en las mismas y
- A de acogida calurosa y de acompañamiento en los peores momentos.
Resalta en medio de dicho nombre, la Cruz, presente ya en el anterior logo; que simboliza el sufrimiento, la desesperación de una realidad como la ruptura que se nos impone; que se acaba revelando como inevitable.
Pero, de esta situación, surge alguien, Jesús, que lo convierte todo en algo completamente distinto. Jesús se presenta en el logo descendiendo de la Cruz (flecha hacia abajo) y situándose en el centro, en medio de nosotros. Tras ese abajamiento hay un intento de lograr ser próximo con todos y cada uno de los miembros del Programa y nos ofrece esa imagen del Dios compasivo que logra “poner en libertad a los oprimidos” (Lc. 4, 18-19).
Desde abajo y en la cercanía provocada por la herida de la separación, Jesús nos muestra sus manos que sirven para unir el nombre del Programa; para tender puentes en medio de esta frontera que es la ruptura. En esa unión, que no es más que encuentro con el Resucitado, se logra transformar las heridas que, observamos que en un extremo son sangrantes –color rojo de la izquierda y en la letra E- y en el otro aparecen ya como carne renovada, como huella de una experiencia de ruptura –color carne de la derecha y en la letra P-.
Y así, llegamos a la luz. Al fondo –color amarillo-. Luz que llega atravesando todo lo anterior. Y a pesar de su distancia y profundidad, pero precisamente por ello, nos abraza inundando gran parte del dibujo. Luz que simboliza esperanza renovada, esa que manifiesta que lo bello también puede ser lo roto, lo que está por hacer, lo que va desarrollándose en la propia existencia que necesita de procesos y de dinámicas por descubrir convirtiendo, así, el arte de mostrar las heridas en la mejor actitud ante la vida tras esa palabra que, con tanta frecuencia, nos cuesta tanto pronunciar.