Domingo de la Sagrada Familia – Ciclo C (Lucas 2, 41-52)
Los evangelios de la infancia de Jesús (capítulos 1 y 2 del evangelio de Mateo y capítulos 1 y 2 del evangelio de Lucas) son unos textos complejos y de una enorme carga teológica. No son, en absoluto, relatos bucólicos o naífs. Una buena prueba de ello es el texto que nos propone la liturgia en este domingo de la Sagrada Familia con ese tenso diálogo entre Jesús y sus padres que reflejan los versículos 48 y 49 del capítulo segundo del evangelio de Lucas. A la pregunta de María, lógica en unos padres angustiados por haber perdido a su hijo pequeño, Jesús no responde pidiendo perdón o aportando excusas, sino echando en cara a sus padres una conducta equivocada.
Pero todavía hay otro contraste llamativo en el evangelio de hoy, si lo leemos con atención. La respuesta de Jesús tiene una cierta connotación de protesta y rebeldía, pero, sorprendentemente, a continuación, en el versículo 51 se dice que Jesús “regresó con ellos, fue a Nazaret y siguió bajo su autoridad”. El “rebelde” del Templo de Jerusalén aparece de repente como el “obediente” de Nazaret. ¿Con qué nos quedamos? ¿Cuál es la conclusión que podemos sacar de esta contradicción?
Creo que la conclusión correcta es que debemos quedarnos con las dos cosas, sin excluir ninguna de las dos, en una tensión, en una paradoja en la que, como tantas otras que aparecen en el evangelio (y en la vida cristiana…) no podemos suprimir ninguno de sus dos polos. Jesús se afirma como hijo del Padre, al que antes que a nadie y por encima de todo, debe obediencia, pero también, en virtud de su encarnación, se reconoce como hijo de José y de María a los cuales, como cualquier hijo, también debe respeto y obediencia. Hijo de Dios y hombre verdadero.
A la hora de aplicar las enseñanzas de este evangelio a nuestra vida concreta, pienso que no debemos obviar ninguna de las dos partes de esta tensión. Somos personas humanas, nacidas en el seno de una familia, y con responsabilidades y obligaciones como miembros de una familia y como ciudadanos: a ellas hay que atender. Pero también, y primordialmente, somos hijos de Dios, de un Dios que tiene un proyecto sobre este mundo que contradice en muchas ocasiones valores y propuestas humanas. Al igual que Pedro y los apóstoles tenemos claro que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5, 29).
Todo eso nos vuelve a poner de manifiesto la importancia del discernimiento en la vida cristiana. Porque también y siempre existe un peligro: el peligro de identificar la voluntad de Dios con nuestra voluntad. Como decía San Ignacio, de hacer venir a Dios a donde nosotros queremos y estamos, en vez de ir nosotros ahí donde Dios nos está llamando. Jesús se queda en el Templo obedeciendo al Padre, pero Jesús también va a Nazaret con sus padres y allí, bajo la autoridad de María y José, “progresaba en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres”.
Darío Mollá SJ