Mujeres en el grupo de Jesús

Texto de la conferencia de Toni Catalá dentro del ciclo «Mujeres e Iglesia» celebrado en el Centro Arrupe

¡Escuchadme los de la casa de Jacob y todo el resto de la casa de Israel, que [me] fuisteis cargados desde el vientre, llevados desde el seno materno! (Isaías 46,3)

Escuchadme casa de Yaacov, y todo el remanente de la casa de Israel, los que habéis sido llevados [por mi] desde el vientre, cargados desde el seno materno” (Ethel Barylka)

1. Un tema de método

En nuestra cultura se suele dar lo que algunos autores llaman el “mito de origen”, creer que hubo un tiempo primordial, que se pierde en la noche de los tiempos, en el que existió el “Paraíso”, después vino el “Pecado” que lo estropeó todo y por lo tanto toda realidad quedó necesitada de un “Redentor” que lo devolviera todo a su estado inicial ideal. Este punto merece ser reflexionado seriamente por las incidencias que lleva consigo, o nos convierte en hombres y mujeres abiertos a lo nuevo o nos convierte en mujeres y hombres “arqueólogos”, siempre excavando en el pasado, aunque este ya no de más de sí.

En nuestro caso, como comunidad cristiana, como Iglesia, caemos en lo mismo. Creemos que se dio un tiempo primordial alrededor de Jesús en que se vivió auténticamente el evangelio. Tiempo de comunidades igualitarias, fraternas, sin relaciones hetero patriarcales, en armonía, con un sentido de equidad impresionante… ¡esto es una ensoñación! Esta percepción es paralizante, siempre con una impresión inconsciente de pérdida, por lo tanto, de lamento y de duelo por lo que ya no es, y sin ánimo por arriesgarse a escuchar lo que creativa y novedosamente nos va diciendo el Espíritu siempre Vivo del Nazareno.

Este tema de método es importante clarificarlo. Cuando se idealiza el pasado todo momento presente se vive como pérdida, como lo que no debe ser… hombres y mujeres que no acabamos de ser lo que deberíamos ser, en comunidades que no son lo que debían ser, en una Iglesia que no es la que debía ser, en un mundo que no es el que debía ser… así no se puede vivir. Esta idealización del pasado genera muchos resentimientos y frustraciones. Vale la pena atender a la afirmación del profesor Antonio Piñero:

“Es igualmente mítica la idea de que estos felices comienzos de un cristianismo igualitario fueron echados irremisiblemente a perder sobre todo por el desarrollo de la nueva religión hacia un movimiento protocatólico, con su episcopado jerárquico y machista al frente…, y por su acomodación al espíritu machista del Imperio romano. Y así se ha mantenido durante diecinueve siglos, hasta aproximadamente 1970, año en el que la teología feminista volvió rescatar de sus cenizas el espíritu de este igualitarismo básico de los orígenes cristianos, poniendo de relieve cuan revolucionaria y admirable fue la actitud de Jesús para con las mujeres, y como es del todo conveniente sacarla de este injusto olvido y poner sus principios en práctica”[1]

Esta afirmación la dice un estudioso más bien “agnóstico” y sinceramente creo que da que pensar. Este mito de origen, por otra parte, bloquea el percibir el que las realidades humanas y los procesos históricos son endiabladamente complejos.

Como veremos lo “nuevo” no hay que quererlo recuperar en el pasado, sino que en atención a tradiciones fecundas pasadas percibir como nos abren al futuro. Esto no es un juego de palabras, sino de lo que se trata es que, estando atentos a lo acontecido en Jesús de Nazaret en su contexto, ver qué dimensiones de su acontecimiento nos empujan creativamente hacia lo “porvenir” pero que ya podemos ir adelantando.

Como resumen de este apartado primero, hago mías las palabras de Piñero sobre los orígenes, pero también es verdad, como veremos, que el Jesús recordado a luz de la experiencia de la Pascua, este es mi planteamiento como creyente, generó unas dinámicas que rompieron las costuras de los contextos culturales concretos en los que se movió Jesús.

“Ojalá fuera real este dibujo de la historia cristiana primitiva! pero me temo que la justa teología feminista que desea modificar el papel todavía injusto e incluso muy negativo a veces de las mujeres en la sociedad actual habrá de basarse más en un esfuerzo personal de las féminas de hoy en lucha por sus derechos que en el apoyo a una realidad originaria que creo sinceramente que nunca existió”[2]

Creo sinceramente que no se trata tanto de querer encontrar en el pasado el futuro. Sigo diciendo y repito que no se trata de un juego de palabras, sino de estar atentos a la tradición de Jesús y percibir dinámicas inspiradoras de futuro. El “Jesús de la historia”, mal que nos pese, no es un hombre de nuestro tiempo sino del suyo. Es un galileo del siglo I, y si creemos en la dinámica encarnatoria de nuestra fe y no huimos hacía planteamientos vaporosamente gnósticos, con la carne y con la historia nos las tenemos que ver. Como he dicho, otra cosa es la fascinante historia, no exenta de ambigüedad cultural, recordada de todo lo que generó la memoria y la vivencia comunitaria de que “ese Jesús al que vosotros matasteis, vive, y ha sido constituido Señor y Cristo”, es la “Sabiduría de Dios” hecha historia y carne de nuestra carne.

2. ¿Seguidoras o discípulas?

Es indudable que Jesús de Nazaret tuvo seguidoras entre las gentes que se le acercaban e incluso caminaban con él por los caminos de la Galilea y en su viaje, o viajes, a Jerusalén. El tema es si estas seguidoras en vida histórica de Jesús eran estrictamente “discípulas”. Esta distinción entre “seguidora” y discípula” nos puede parecer hoy bastante ociosa, o meramente exegética para “profesionales de las Escrituras” pero es de calado. Hay planteamientos que niegan la dimensión de discípula a la mujer en igualdad con los “apóstoles”. Es verdad que en los evangelios no nos encontramos con llamadas de seguimiento a mujeres como encontramos las llamadas a los varones, y esto en según qué eclesiologías lleva a negar a la mujer la “plenitud del seguimiento”. Esta expresión es mía y quiero decir con ello que nunca acabaran de ser “seguidoras de pleno derecho”, o sea que siempre por detrás del varón…

Sobra decir que hay un cierto desplazamiento sutil de algo que es históricamente contextual: un límite de contexto se hace norma “perenne”. ¿Quitamos a San Pablo del canon neotestamentario? ¿Si el Espíritu del resucitado hizo apóstol a un perseguidor de ningún modo pudo hacer “apóstola” a una mujer? Qué facilidad tenemos los “hombres” de Iglesia para decidir que puede hacer el Espíritu o no hacer. Este párrafo largo del potente exegeta John P. Meier merece ser reflexionado, y es bueno percibir en cómo va un poco más allá de Piñero:

“En cualquier caso, está el hecho de que algunas mujeres siguieron a Jesús por un periodo considerable durante su ministerio de Galileo y su último viaje a Jerusalén. Tal seguimiento a lo largo de un tiempo prolongado es inexplicable sin la invitación de Jesús o, al menos, su activa aceptación de las mujeres que se pusieron a seguirle y su cooperación con ellas. Sin embargo, por la razón que fuera – tendencias androcéntricas o simple avatares de la tradición oral -, al parecer los evangelistas no encontraron relatos de vocación de mujeres en las tradiciones que habían heredado. Esto podría haber influido en que no aplicasen el título de discípula a las mujeres seguidoras de Jesús (como tampoco se lo aplicaron a Bartimeo), puesto que faltaba ostensiblemente uno de los principales elementos del discipulado, elemento presente en numerosas llamadas de discípulos varones”[3]

“Sin la activa aceptación” por parte de Jesús es evidente que las mujeres no aparecerían en los relatos evangélicos, no es pensable tanta mujer alrededor de un maestro fariseo o en una incipiente escuela rabínica, más probable es que aparezcan alrededor de ciertos profetas itinerantes. El que no sean discípulas en sentido estricto no implica por parte de Jesús acogida y familiaridad por parte de Jesús.

Dice Meier que la realidad muchas veces va por delante del lenguaje y esto es una gran verdad. Si todo es siempre más de lo mismo no hay novedad ninguna en la historia, y nuestra experiencia nos hace exclamar muchas veces “¿será posible lo que está sucediendo?” Pues resulta que lo es, aunque para expresarlo tenga que balbucir o forzar el lenguaje: “En el escenario histórico surgen nuevas realidades antes de que haya nuevas palabras para describirlas, y a veces transcurre mucho tiempo entre la eclosión de la nueva realidad y la acuñación de la palabra correspondiente. Habida cuenta de ello, la falta de cualquier forma femenina para el nombre griego de μαθητής (“discípulo”) en los cuatro evangelios podría deberse, al menos en parte, a la tendencia a retener y conservar propia de la tradición evangélica. Durante el ministerio público, Jesús y sus discípulos no emplearon nunca una palabra especial en arameo para nombrar a las discípulas, por la sencilla razón de que no la había, y por eso los evangelios griegos procedentes de tal tradición tampoco utilizaron esa palabra”.

“En el escenario histórico surgen nuevas realidades antes de que haya nuevas palabras para describirlas, y a veces transcurre mucho tiempo entre la eclosión de la nueva realidad y la acuñación de la palabra correspondiente” Este punto es crucial, y como digo merece ser reflexionado. Es verdad que somos lenguaje y vivimos en el lenguaje, pero la realidad desborda muchas veces el lenguaje. La novedad de Jesús con las palabras que tenían a mano, no tenían a mano una palabra para expresar el seguimiento de las mujeres como tenían la palabra para expresar el de los varones (“discípulo”), que no tuvieran palabra no quiere decir que no existiera la fascinante novedad que quería expresar”[4]

3. Lo fascinante de Jesús en su contexto

Mejor atender a los relatos evangélicos que nos muestran a un Jesús se le va la vida por las mujeres abatidas de la casa de Israel, esto relatos creo que nos meten más es las entrañas de Jesús que en el intelecto de clérigos y exégetas. Jesús se encuentra por los caminos a una viuda indefensa a la que se le ha muerto su único sustento y compañía, se encuentra con una hija de Israel abocada a la frustración y a la soledad total. La muerte le ha arrebatado a su único hijo y a Jesús se le conmueven las entrañas.

Jesús no elude el dolor, la soledad y la muerte, los mira de cara, los toca, mete las entrañas compasivas de Dios en donde la ley ve impureza y podredumbre, mete la compasión de Dios en las entrañas de la viuda indefensa y esta encuentra y recupera su fortaleza, su dignidad de mujer: ¡Dios ha visitado a su pueblo! Jesús involucra al Dios de la vida con sus criaturas indefensas, porque algo nuevo está pasando, el Santo de Israel vuelve a manifestar su Gloria en la vida de sus criaturas.

Las “manchadas” de la casa Israel, aquellas que el sistema religioso las declara sucias y que ensucian todo lo que tocan encuentran junto a Jesús alivio y respiro, dignificación, sanación, posibilidad de seguir viviendo sin estigmas…

No encuentro relatos en el contexto en el que las mujeres se encuentren tan a sí mismas como mujeres que en los evangelios de Jesús de Nazaret.

En la Sinagoga y en sábado, Jesús se encuentra con una criatura atrofiada, acoquinada, esclerotizada, falta de energía y de vitalidad, era el lugar en dónde se recordaba y se celebraba que Dios había conducido a su pueblo “con brazo extendido y mano fuerte” hacia la tierra de la libertad ahora se ha convertido en un lugar donde la ley ahoga la libertad de las hijas e hijos de Israel.

La Sinagoga se ha convertido en un lugar que en vez de provocar caminos de liberación propicia sometimiento y esclavitud, en vez de poner en pie a las criaturas, camino de una nueva Pascua, “atrofia los brazos” y paraliza.

En la Sinagoga, Jesús expresa su dolor y su profunda irritación porque le duele la dureza de corazón de aquellos que han hecho de Dios una propiedad privada. Si la Sinagoga es lugar de recuerdo de las gestas liberadoras y fundantes de Dios para con su pueblo y lugar de reposo festivo para la celebración, la gente de la ley y el templo la han convertido en lugar de sometimiento y esclavitud. Jesús va a convertir la Sinagoga en lugar de vida para el hijo de Israel paralizado, lo pone en pie, le endereza el brazo y lo extiende, le devuelve su capacidad de decisión, genera un ámbito en el que emerge la libertad secuestrada.

Jesús se la juega, van a empezar a conspirar contra él, los de siempre no soportan que Jesús, con su actuación y confrontación, haya devuelto a la Sinagoga su función de lugar de memoria de liberación, los ha dejado en evidencia. Jesús ha denunciado con su gesto la blasfema perversión: convertir la casa de la memoria de la liberación y el día de la alabanza en instituciones opresoras para el pueblo de Israel. En el ajetreo de su ir y venir entre la gente a Jesús se le acerca una mujer manchada, una tabuada y estigmatizada, la ley anatematiza a toda mujer que tenga flujo de sangre o le dure la regla más de tres días, se le acerca una mujer afligida que sabe que todo lo que toca lo ensucia, que no tiene ni tendrá el favor de Dios, que está derrotada y esquilmada en sus bienes porque la cultura de puro-impuro es cruel y excluye. En el entorno de Jesús encuentra alivio, sanación y el emerger de su dignidad de mujer.

Jesús da gracias al Señor de Cielo y Tierra porque la gente a su alrededor encuentra respiro, los cansados y agobiados se recuperan y la gente sencilla lo ve y lo entiende. Jesús genera un entorno no opresivo, su yugo es suave y su carga ligera, entonces afloran las potencias y latencias de las criaturas de Dios. Jesús ha convocado un grupo de seguidores y seguidoras, experimentan que algo nuevo está sucediendo, que está llegando un tiempo nuevo. Ellos, en cercanía con el maestro, experimentan que también son portadores de vida y Jesús les dirá que se alegren porque sus nombres están inscritos en el Cielo, que su alegría es la alegría de Dios, porque en un mundo endiabladamente opresivo y asfixiante se están generando espacios de vida para los hijos e hijas de la aflicción. Es la Gloria de Dios.

Toni Catalá SJ


[1] Piñero Antonio, Jesús y las mujeres, Trotta, Madrid 2014, 233

[2] Ibidem., 234

[3] Meier John P, Un judío marginal, Tomo III Compañeros y competidores, Estella 2003, 103

[4] Probablemente no por casualidad Lucas, el evangelista que más atención presta a las mujeres, es el único autor neotestamentario en utilizar la forma femenina μαθἠτρια (“discípula”) una formación relativamente rara del griego Koiné. Pero resulta muy significativo que la emplee no en su evangelio, donde casi lo exigen sus declaraciones sobre María Magdalena y otras seguidoras, sino en Hch 9,36 cuando describe a Tabita, una devota cristiana de la Iglesia primitiva. De hecho, como designación de una mujer que ha seguido a Jesús su ministerio, el nombre μαθἠτρια no aparece hasta el siglo II, con el escrito apócrifo Evangelio de Pedro, donde en 12,50 es aplicado poco sorprendentemente, a María Magdalena, tan presente en la literatura apócrifa y gnóstica. Se utiliza sólo en el relato de la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena en la mañana del domingo de Pascua: fuera, por tanto, del ministerio público. ¿Tuvo discípulas el Jesús histórico? Nominalmente no; pero de hecho, sí. Cualesquiera que sean los problemas de vocabulario, la conclusión más probable es que Jesús veía y trataba a esas mujeres como discípulas” Meier. o.c., 104