Los otros nueve, ¿dónde están?

Domingo 28º Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 17, 11 – 19)

Jesús acaba de curar a diez leprosos. Curar a un leproso tenía en aquella época un significado trascendente. No era sólo devolverle la salud física para una enfermedad incurable en aquel tiempo, sino devolverle la dignidad y reintegrarlo a la sociedad: por eso les dice “id a presentaros a los sacerdotes”. En definitiva, algo para estar eternamente agradecidos. Sin embargo, Jesús constata con sorpresa y decepción que de diez sólo uno vuelve a darle las gracias: uno de diez.

El evangelio de hoy pone sobre la mesa un tema importante y nos interpela sobre una actitud básica en la vida humana: el agradecimiento. El agradecimiento como actitud de fondo. No es sólo cuestión de buena educación: aquello de responder educadamente cuando alguien nos hace un favor concreto. Es mucho más: es la actitud vital de fondo de quien reconoce que la vida entera es un regalo y que hay un Amor que nos sostiene y que nos cuida día a día.

Pienso que la actitud de agradecimiento no es demasiado valorada en nuestra sociedad. Está mucho más presente la actitud de queja, de lamento, de negatividad. A veces parece que al que ve el lado positivo de las cosas y las personas (lo cual no excluye el darse cuenta también de lo que no es tan positivo) se le tiene por ingenuo o acrítico. Más que valorando lo que tenemos parece que siempre estamos echando en falta aquello de lo que carecemos.

San Ignacio de Loyola insistía mucho en la frecuencia del examen. A mí me gusta llamar al examen ignaciano “examen de consciencia”. Es el pararnos a leer con una cierta profundidad lo que va sucediendo en nuestra vida. Para descubrir que nuestra vida cotidiana no es rutina: que lo rutinario puede ser nuestra mirada sobre la vida. Pero en la vida de cada día, y todos los días, hay presencias, palabras, gestos, desafíos… que nos hablan del Amor que nos sostiene y que nos invitan a hacer de nuestro encuentro con los demás actos de amor.

Vivir en actitud de agradecimiento es una fuente de generosidad, de entrega, de gratuidad… Por eso Jesús le dice al que vuelve a darle gracias: “tu fe te ha salvado”: no sólo has quedado limpio de la lepra (con todas sus consecuencias), sino que por tu fe y tu gratitud tu vida ha entrado en una nueva dimensión: la del amor. Vivir en la queja y el lamento es una fuente de amargura, de malestar, de egoísmo. Evidentemente, no todo en la vida es bueno o sale bien, pero tampoco todo es malo y sale mal. No tengo sólo cualidades y virtudes, también tengo defectos y limitaciones. La llamada es a apoyarme en aquello que hay en mí de positivo, y desde el agradecimiento a Dios por ello creceré como persona y serviré generosa y gratuitamente a mis hermanos.

Darío Mollá SJ

Centro Arrupe
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