Los otro nueve, ¿dónde están?

Vigésimo octavo domingo (Lc 17,11-19)

A las enfermedades de piel se les tiene pavor en Israel no por un mero asunto de dermatología, sino porque toda enfermedad que diluye las fronteras naturales del cuerpo merece el estigma y la exclusión. Es una amenaza para la estabilidad del pueblo o de la aldea.

En una cultura cerrada que distingue perfectamente dentro–fuera, lo nuestro y lo de los otros… al “leproso” hay que expulsarlo y evitarlo. Es un prejuicio irracional y arcaico pero operativo. No hay que ser muy hábiles para caer en la cuenta de quienes son los leprosos hoy en esta Europa nuestra tan “racional” e “ilustrada” y quienes son los leprosos en nuestros entornos concretos y cotidianos.

Jesús sigue camino de Jerusalén y diez leprosos lo buscan cuando va a entrar en el pueblo (Lc 17, 11-19). Ellos están fuera porque no pueden vivir con los “limpios”, y le piden a “gritos” compasión y sanación. Nueve son israelitas y uno samaritano, “hereje”, pero todos juntos en la exclusión.

Sorprende que Jesús los mande a los sacerdotes con los que no se lleva especialmente bien, pero es que Jesús piensa en el futuro de los leprosos cuando estén sanos. Y es que resulta que, para incorporarse plenamente otra vez a la comunidad, a la aldea, a su pueblo, necesitan “certificado” de sanación y esto no se puede banalizar en absoluto. No sólo necesitan sanación, sino que necesitan también “papeles” (¿nos suena?) y los que dan los papeles normalmente no son los que acogen… ¡entonces y hoy!, así va la vida… Acoger sí y con gran parafernalia mediática, pero para después expulsarlos de nuevo, de “papeles” y de “derecho de asilo” nada de nada.

Jesús no sana para quedar bien él. No sana y le dice al sanado “ya te apañarás”. Jesús no trafica con el dolor de la gente para acreditarse él. Jesús no utiliza el sufrimiento de los pobres y abatidos para su propia justificación. Jesús sana y mantiene en pie la dignidad del rehabilitado. Los leprosos experimentan la sanación, pero sólo el “hereje” se acuerda de Jesús, él les ha puesto en camino de sanación y vuelve “dándole las gracias”.

Los nueve que no vuelven a Jesús se han olvidado de que él les puso en camino de sanación. Los nueve son gente que conoce la ley, son israelitas, son del país, “dios” es de ellos y ha hecho lo que tenía que hacer: sanarlos, que para algo son del pueblo elegido; van a por los “papeles” y aquí paz y allá gloria. Al fin y al cabo, se nos debe la salvación porque se nos prometió.

Vivir en el ámbito de la ley es peligroso porque mata la acción de gracias, porque lo que se me debe no hace falta agradecerlo. El samaritano agradece sinceramente porque se ha encontrado con la pura gratuidad. Cuando vuelve a dar las gracias, Jesús se sorprende y se pregunta por los otros nueve, no porque no vuelvan a darle las gracias a él, sino porque no dan gracias al Dios Fuente de la Vida. Jesús sabe, como buen hijo de Israel, que eso ya pasó con Naamán el Sirio, el extranjero (primera lectura): los de casa nos agradecen. Jesús no le da al samaritano sólo la sanación sin que lo levanta, lo fortalece y le da su autonomía de Hijo de Dios: “vete, tu fe, te ha salvado”

Toni Catalá SJ