Trigésimo primer domingo (Lc 19, 1-10)
Jesús sigue camino de Jerusalén. Sabe que lo están acechando, pero no pierde la libertad ni la sensibilidad para percibir qué pasa a su alrededor. Está cruzando Jericó y ve a un hombre inquieto, subido a una higuera para ver mejor a estos forasteros que están atravesando la ciudad. Jesús debió preguntar y le informan que Zaqueo es el “rico” del lugar, el jefe de los que machacan a la gente, cobrando impuestos para Roma.
Jesús lo ve y le dice que quiere hospedarse en su casa y Zaqueo lo recibió muy contento. Esta mirada de Jesús y el contento de Zaqueo de recibirlo nos meten de lleno en la Buena Noticia.
Jesús no le pone condiciones. Juan el Bautista sí que lo hubiese interpelado, le hubiese echado en cara su comportamiento injusto y explotador… y nosotros también. Juan el Bautista le hubiese dicho: “Zaqueo eres una víbora, el día que devuelvas lo que has robado, cuando resarzas a los que has explotado, ese día entraré en tu casa y además hazlo pronto que el juicio es inminente y el hacha está puesta en el árbol”. Jesús tan solo pide ser recibido y, mira por donde, Zaqueo lo acoge.
¿Qué pasó dentro de casa Zaqueo? Exactamente no lo sabemos, pero nos lo podemos imaginar. Jesús se lleva bien con los pecadores y Zaqueo lo es. Se lleva mejor que con aquellos que se “sienten seguros de si, a bien con Dios y que desprecian a los demás” (no olvidemos el domingo pasado). Zaqueo por lo menos no explota en nombre de Dios, y esto siempre deja un resquicio para que Jesús le pueda hacer caer en la cuenta de que “su” Dios no el dios de los que murmuran diciendo “ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Me imagino que Jesús le haría caer en la cuenta a Zaqueo que una vida como la suya, asentada en la codicia y en dañar a sus vecinos no podía hacerle feliz de ninguna manera.
Me imagino que oraría delante de Zaqueo al Dios Padre Señor de cielo y tierra, y le mostraría a un Dios que “amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado” (primera lectura). Zaqueo no se sintió odiado, ni reprendido, ni coaccionado y por eso descubrió su humanidad, descubrió que era posible recolocarse en la vida. Se encontró con el Dios de la Vida y por lo tanto entró en una dinámica de alegría, de salvación, de mayor justicia y de mayor solidaridad: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Siempre que se da salvación y liberación, por en medio, está la compasión y la justicia para con los pobres.
Dejar entrar a Jesús en nuestra casa supone que le dejamos recorrer nuestros espacios cotidianos, casa, familia, lugar de trabajo… y por donde Jesús pasa sana, recoloca, reubica y lo hace a su modo, sin coacciones, generando un ámbito en donde aflore y emerja nuestra humanidad, lo mejor de nosotros mismos. ¡Recibámosle muy contentos para que entre la salvación a nuestra casa! !
Toni Catalá SJ