La piedra desechada es ahora la piedra angular

Domingo veintisiete del tiempo ordinario (Mt 21,33-43)

Ya no es sólo conflicto con sumos sacerdotes y senadores, sino que se ve venir el rechazo, la destrucción y la muerte. Jesús sigue narrando parábolas porque ve que las “autoridades” no recapacitan. Sigue intentando que perciban que tan sólo desea “reunir a los hijos como una clueca reúne bajo las alas a los pollitos” (Mt 23,37) … pero no quieren ¡más ternura imposible!

Jesús los confronta con toda la historia profética de Israel, aquellos que han recordado que lo que Dios quiere es “misericordia y no sacrificios” y porque lo han recordado han sido eliminados. Lo mismo que van a hacer con el mismo Hijo que ha sido enviado. Esta parábola, a estas horas, ya no necesita explicación. Sumos sacerdotes y senadores saben que la parábola “iba por ellos”.

¿Cómo es posible que una estructura religiosa se endurezca tanto? ¿Cómo es posible que en hombres y mujeres religiosos el corazón se necrose de tal manera que aparezca el insulto, el rencor, el rechazo, la mala fe…? ¿Cómo es posible que de Jesús se llegue a decir, por parte de las autoridades religiosas, que actúa por el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios? ¿Cómo será posible que el núcleo del sistema religioso triture al Hijo enviado a la viña para proclamar la Buena Noticia de Dios? Es posible por el miedo a nuestra pequeñez que enmascaramos con una pretendida divinización esplendorosa.

Si queremos de corazón, y de los deseos sinceros no podemos dudar porque nos dañamos, entrar en el ámbito del Señor Jesús; si deseamos que su Santo Espíritu nos configure para tener entre nosotros sus mismos sentimientos, nos tenemos que decir de una vez por todas, con paz y hondura, que el que digamos “yo creo en Dios” no significa absolutamente nada. El tema no es creer en Dios sino en qué Dios creemos. Esto nos es un asunto teórico sino decisivo para ubicarnos en la vida. Todo lo que estamos escuchando estos domingos es una colisión entre dos percepciones de Dios.

El dios de los sumos sacerdotes y senadores encubre unas tremendas ansias de poder y dominio, de reconocimiento social, de prestigio, de tesoros de todo tipo… porque les da pavor aceptar su vulnerabilidad y pequeñez como criaturas. Todo lo han convertido en una mascarada de cartón piedra como los “gigantes y cabezudos”, cuando lo que el Dios de la Vida quiere es el ganapán que va dentro soportando todo el matalotaje agotador. Jesús nos muestra que lo que el Dios de la Vida abraza, fortalece, bendice y perdona compasivamente es nuestro ser hombres y mujeres débiles y vulnerables.

“La piedra desechada es ahora la piedra angular”, el despojo y desecho de la cruz es el lugar de la divina presencia y no el “sancta sanctórum” del Templo. La desnudez del crucificado, y de los crucificados y desechados del mundo, frente al boato, trajes estrambóticos y parafernalias rituales, muestra la nitidez de nuestra vulnerable condición humana abrazada por el Compasivo. La victimas no son los culpables, sino que son los Santos Inocentes, ese Jesús victima con las victimas es ahora la piedra angular.

La piedra angular, la que sostiene y fortalece la casa, es ahora lo que expresa la fidelidad incondicional de Jesús el Hijo del Dios Vivo. Ese Hijo que en su amor crucificado nos lleva a poder decir en el Himno de Laudes del Viernes de la Primera Semana “dulce locura de misericordia: los dos de carne y hueso”.

Toni Catalá SJ