Domingo 4º de Adviento – Ciclo A (Mateo 1, 18 – 24)
En este cuarto domingo de Adviento la liturgia nos invita a poner la mirada en José. Vale la pena hacerlo. José no dice una sola palabra en ninguno de los evangelios que hablan de él (Mateo y Lucas), pero nos manifiesta muchas cosas, y alguna de ellas muy significativas, para nuestra vida cristiana. Como nos ha sucedido en la vida con tantas personas sencillas, de pocas palabras, pero de vida muy honda y muy reveladora de lo que es vivir según el evangelio.
A nosotros, a veces tan preocupados por el hacer, por el hacer cosas importantes o brillantes, que nos hagan sentir bien y que nos den fama y prestigio ante los demás; a nosotros, tan soberbios que a veces llegamos a pensar que somos los salvadores del mundo y que si nosotros no hacemos…, a nosotros nos conviene leer y meditar la frase evangélica con la que he titulado este comentario: “José hizo lo que le había dicho el ángel… y acogió a su mujer”. El “hacer” de José fue algo tan sencillo y tan natural como acoger a su mujer porque esa era la voluntad de Dios por encima de cualquier otra consideración.
¿Qué hizo José a lo largo de toda su vida? Nada especial. Cuidar de su familia como mejor supo y pudo. Pero eso, y sólo eso, es exactamente lo que Dios le pidió. Hizo lo normal en un buen padre de familia y no necesitó buscar otras cosas para justificarse o sentirse protagonista o sentirse bien. ¿Qué más hemos de hacer nosotros sino aquello que Dios nos pide? ¿Y estamos seguros que todo lo que hacemos es todo y sólo lo que Dios nos pide? O a veces entramos en una dinámica de acumulación de tareas y de presencias que tienen que ver más con nuestro ego que con la voluntad de Dios. El peligro de eso es que un ego orgulloso y soberbio nunca tiene suficiente.
El desafío de una espiritualidad de la vida cotidiana no es el de pensar qué más hay que hacer para sentirnos bien con Dios o con nosotros mismos; es otro: el de cómo hacemos aquello que naturalmente nos toca hacer por voluntad de Dios y por exigencias de la vida. Y el desafío de una espiritualidad evangélica es hacerlo al modo del evangelio: desde la humilde y gratuita entrega a Dios y a los demás. Obviamente, ese vivir en clave de evangelio nos pide apertura al Espíritu, oración, comunión con la vida de la Iglesia. Pero no para hacer cosas extraordinarias o al margen de nuestras obligaciones cotidianas, sino para, como José, estar atentos a lo que “el ángel del Señor” nos va pidiendo en la escucha de su palabra y de las palabras de nuestros hermanos.
Darío Mollá SJ