Domingo 3º tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 1, 1-4; 4, 14-21)
La mirada de Dios sobre el mundo es siempre una mirada de gracia y compasión. Es esa mirada la que anuncian los profetas de Israel a lo largo de los siglos y la que suscita la esperanza del pueblo. Esperan que algún día el Mesías prometido por Dios y anunciado por los profetas se haga presente para llevar a cabo las promesas de Dios.
“Hoy”, dice Jesús en la sinagoga de Nazaret. “Hoy se ha cumplido esta escritura”. Podemos pensar en las reacciones de la gente que estaba aquel sábado en la sinagoga al escuchar las palabras de Jesús. Algo de eso nos refleja el evangelista. Por una parte, la alegría de escuchar ese anuncio de salvación y de estar viviendo un momento histórico; por otra parte, perplejidad y desconcierto: quien anuncia el cumplimiento de esa promesa, quien se proclama el enviado de Dios es un paisano suyo, el hijo del carpintero, al que hasta este momento no había distinguido nada en especial al menos a la vista de todos.
Pero sí que hay algo en especial en ese Jesús que habla en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido” (18). El mismo Espíritu que actuó en María (Lc 1, 35), el que bajó sobre Jesús en el momento del bautismo (Lc 3, 22), el que condujo a Jesús a la prueba del desierto (Lc 4,1). Es el Espíritu de Dios el que hace posible que Jesús cumpla las promesas tanto tiempo anunciadas.
¿Y “hoy”? ¿En nuestro “hoy” tan lleno de incertidumbres y desconcierto? ¿En nuestro “hoy” tan escéptico ante promesas en su mayoría incumplidas y ante teorías contradictorias? ¿En nuestro “hoy” donde las víctimas de la injusticia se siguen contando por millones? ¿Nos cabe esperar algo o a alguien? ¿En quién podemos esperar? ¿De quién nos podemos fiar? Dios sigue mirando a nuestro mundo con amor y con misericordia y el Espíritu sigue activo. Nuestra comunión con Jesús es la que va a hacer posible que nosotros, sus amigos y seguidores, participando de su mismo Espíritu podamos continuar en nuestro “hoy” su tarea de liberación.
“Hoy” no es un tiempo ni para la desesperanza ni para el conformismo. “Hoy” no es un tiempo para la queja y el lamento inútiles y estériles. “Hoy” es un tiempo para tomarnos en serio nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús, para invocar su Espíritu y pedirle que también a nosotros nos unja y nos dé su gracia. Con nuestra sola fuerza no somos nadie, pero con la gracia del Espíritu somos capaces de aliviar sufrimiento, de transmitir esperanza, de generar espacios de libertad. Con la fuerza del Espíritu somos capaces de aportar “hoy” mucho más de lo que podamos pensar. Y nuestro mundo nos necesita.
Darío Mollá SJ