Muchas personas amanecen con un peso que angustia su corazón, que presiona la vida contra su pecho ¿Cómo hacer frente a las inclemencias de cada día, esas inclemencias que impiden ver que todos estamos llamados a la unión con aquel que nos amó ya en el seno materno? La vida se ha vuelto un vivir en lo contingente, una carrera por la supervivencia existencial en una sucesión constante de retos: los apuros económicos, la soledades afectivas, el recelo frente al otro, la política del enfrentamiento, la agresividad de la exigencia, la indiferencia frente al dolor, la vulgaridad del consumo y el ocio, las calumnias de cada día, las trincheras de cada noche, la tentación de encerrarse bajo las fronteras de la autosuficiencia…
La experiencia cristiana nos enseña que la vida merece la pena; y merece la pena ahora como hace dos mil años. Y vale la pena porque hubo un hombre cuya presencia lo cambió todo. Cambió a quienes no pasaron de largo, cambió a quien no apagó su deseo de una vida mejor, cambió a quien dijo sí a esa novedad. Y esa vida tuvo un momento central que recordamos cada año.
Cuando dos mil años después los cristianos revivimos la Pasión lo hacemos desde la experiencia de la resurrección. Si somos cristianos lo somos porque aquellas mujeres y aquellos hombres que no pasaron por alto lo que sucedía ante ellos experimentaron un encuentro que les permitió reconocer que todas las adversidades de la vida son sanadas por aquel que da sentido al vivir. Y lo fueron contando. Y eso que contaron fue transmitido a otros hombres y mujeres que tuvieron esa misma experiencia. Y esos otros a otros más y éstos a su vez a otros tantos, y así hasta hoy, cuando podemos afirmar aquello mismo que entonces afirmaron; sí, Cristo, salva.
Y, además, algunos lo recogieron en unos textos; textos que constituyeron el núcleo central de su experiencia y a la luz de los cuales interpretaron el resto de lo que habían vivido. Por ese motivo, los relatos de la Pasión son esenciales para la fe. Por eso, volvemos a ellos cada año, reconociendo algo que es central para el cristiano: que la fe en Cristo es histórica, que la fe en Cristo es encarnada en un hombre, en un momento determinado, en un lugar determinado, junto a personas determinadas; que la fe cristiana no es una energía, ni un fluir, ni un conectar, sino un experimentar en la historia, en nuestra misma historia, en nuestro día a día que nos pesa. Y como la fe cristiana se da en todas las dimensiones de lo humano -incluida la razón que quiere comprender- nos empuja a conocer mejor aquello que sucedió. Y conocer mejor significa comprender cómo se escribieron esos relatos, reconocer la historicidad que hay tras de ellos, intentar bucear en aquello que sucedió y poder tocar así con nuestra inteligencia el polvo que Cristo pisó, la sangre que brotó, el sudor que empapó, el beso que acusó. ¿Qué mejor que hacerlo con quien ha investigado con rigor y seriedad sobre ello?.
Por ello, el martes 16 de abril a las 19:30h proponemos un coloquio con José Miguel García, sacerdote y profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de san Dámaso (Madrid). Enlazar
Guillermo Gómez-Ferrer