Este es mi Hijo amado; escuchadlo

Domingo 2º de Cuaresma – Ciclo B (Mc 9,2-10)

Jesús sana y fortalece en sábado y en la sinagoga, como estamos viendo estos domingos, porque lo primero es dar Gloria a Dios, “Santificar el Nombre”, dignificando y fortaleciendo a sus criaturas, ofreciendo reconciliación, perdón y fortaleza, aunque este ofrecimiento desestabilice el sistema de creencias vigente. Por eso mismo, desde el principio empieza a experimentar la amenaza: “los fariseos se pusieron a planear con los herodianos acabar con él” (Mc 3,6).

En una lectura atenta del evangelio percibimos que Jesús no busca el conflicto, no busca alternativas al poder religioso y político… tan sólo pretende que acontezca el Reino de Dios, que el pueblo que camina en tinieblas empiece a vislumbrar la luz. Sus parientes tampoco entienden que haga de su vida causa de alivio para los derrengados por los caminos de la Galilea: “los parientes fueron a echarle mano porque decían que no estaba en sus cabales” (Mc 3,21). El vivir de Jesús descoloca, desestructura el orden de la familia patriarcal. Jesús se mueve desde la Paternidad del Dios Vivo que percibe desde la ternura y le lleva a buscar a las “ovejas perdidas”.

Los letrados lo insultan atribuyendo sus prácticas sanadoras y reconciliadoras a que actúa, poco menos, que con el poder de Satanás: “los letrados decían que tenía dentro a Belcebú” (Mc 3,22). Jesús tiene más que motivos para estar perplejo y desconcertado. Para unos, la gente sencilla, es un hombre que “lo hace todo bien” (Mc 7,37), para otros es un secuaz de Belcebú, el jefe de los demonios.

En este desgarro interior Jesús pregunta a los suyos ¿quién decís vosotros y quién dice la gente que soy yo? Esta pregunta no es ociosa. Jesús está turbado y desconcertado, sabe lo que puede venir encima y que le hará padecer mucho, no por un designio misterioso e insondable de no se qué dios, sino porque la compasión no interesa. Pero Jesús no se retira.

Jesús con Pedro, Santiago y Juan sube a lo alto porque necesita orar lejos de todo el ruido y oscuridad que se está generando a su alrededor. Necesita volver a poner su vida en las entrañas del Compasivo, necesita sentirse confirmado, necesita orar. En la Luz se muestra la Voz, como en el Bautismo, pero ahora dirigida a la comunidad de discípulos para mostrar que este Jesús, fiel a la alianza (Moisés) y a la gran tradición profética (Elías), es el “Hijo amado”. En el Bautismo “tú eres mi hijo amado”, ahora “este es mi Hijo amado, escuchadlo”. Jesús Alianza definitiva y Profeta último.

La Transfiguración nos da el gran criterio de discernimiento personal y eclesial, disponernos siempre a escuchar la Voz que mueve a Filiación y a Compasión, no prestar oído a otras voces que llevan a la mentira y al crimen. Este Jesús, que camina por los caminos de nuestra vida, es el regalo del Padre que se nos ha entregado y se entrega para que de una vez por todas entendamos de corazón que él es la Fidelidad incondicional del Dios de la Vida.

Esto no es lirismo, aunque también, pero sabemos “que la prosa de la realidad no tiene el lirismo de las formulaciones” (gracias P. Ricoeur), pero necesitamos momentos de transfiguración para percibir que, en la prosa cotidiana de la vida, muchas veces opaca y dolorida, cuando estamos atentas y atentos percibimos fogonazos de ternura, de compasión y de luz que “ningún batanero del mundo…” El Resucitado va en nuestro mismo caminar.

Toni Catalá SJ

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