¡El Señor nos quiere por entero!

“Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo? El catecismo de la Iglesia católica lo explica de forma muy bella. Dice que no se debe marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas en la sociedad”[1]

Esta emblemática respuesta de Papa Francisco en el vuelo de regreso a Roma después de participar en la JMJ de 2013 en Brasil, sin duda llenó de esperanzas a muchos que vivimos en la piel tal condición. ¡Descubrirse homosexual no es una tarea fácil! Enfrentarse a las críticas, muchas veces, de la propia familia, al rechazo silencioso de algunos amigos y, en ocasiones, de la propia comunidad cristiana, es algo que sin duda duele en el alma. Tener la osadía de “salir del armario”, ir más allá y asumir quien eres de hecho, es todo un reto que implica vivir duros desafíos pero que también puede ser la oportunidad para vivir una gran experiencia de integridad y libertad interior.

Es verdad que no todos somos aptos para tal atrevimiento y a veces llevamos muchos años soportando y conviviendo con el dolor diario de sentirnos “encerrados en nosotros mismos”, fingiendo ser quien en realidad no somos. Una triste y dura experiencia de soledad y vacío que, a veces, puede culminar en crisis de ansiedad y depresión. Algunos optan por casarse, otros por huir a la vida religiosa y a veces terminan viviendo una “doble vida” que sólo genera más conflictos, culpas y sufrimientos… un verdadero drama.

Pese a que ahora sea muy activa la defensa de la comunidad LGBTI por parte de los medios de comunicación y de distintos colectivos, la homosexualidad sigue todavía siendo un verdadero estigma en la sociedad, un “pecado sin perdón”, una manera de vivir contraria a las leyes divinas que amenaza la familia, llegando a ser considerada una enfermedad por algunas personas y grupos, incluso cristianos, que creen que las personas gays no pueden tener los mismos derechos que los demás. Pero, ¿cómo hablar de un Dios amoroso y misericordioso que no hace acepción de personas, cuando no soportamos convivir con aquello que es diverso?

Creo que la llave para esta cuestión podría estar en hacer el esfuerzo de mirar a las personas gays de la misma forma como me gustaría que Dios me mirase a mí. Quizás haciendo este ejercicio diario de mirar, acoger y amar, más que juzgar y condenar, con el pasar del tiempo nos daríamos cuenta de que las personas con esta orientación sexual, estamos dotadas de otros muchos valores que no son sólo la condición sexual. Pienso que esa sería la actitud de Jesús, acoger y no juzgar, amar y no condenar… Probablemente actuando así, poco a poco, nos podríamos acercar más al corazón del Padre lleno de compasión, capaz de acoger todo aquello que se presenta delante de Él, deseoso por servirlo con sus miserias y virtudes, “pues el Señor no quiere salvar sólo una parte de lo que somos, Él nos quiere por entero”.

[1] https://elpais.com/internacional/2013/07/29/actualidad/1375093487_146875.html

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