A lo largo de este tiempo de Pascua vamos recorriendo el libro de los Hechos de los Apóstoles que nos presentará, entre otros, a Pablo y la comunidad de Jerusalén y a Pedro y Cornelio. Y lo que narra será lo mismo: el Espíritu desconcierta a unos y otros. Su modo de proceder supera a todos y deja claro que está dispuesto a actuar al margen de comprensiones al uso y a desbaratar lo que hemos tenido hasta ahora por normal.
La comunidad de Jerusalén quedará alucinada al ver a Pablo y escucharle contar lo que le había pasado en el camino a Damasco. ¿Cómo es posible que un perseguidor de la Iglesia sea ahora quien esté diciendo lo que dice? Pensarían que había gato encerrado y quizá por eso la primera reacción fue el miedo. Nuevamente el miedo que siempre lleva a no fiarse.
Y los que acompañaban a Pedro alucinarán más aún que la comunidad de Jerusalén al ver cómo el Espíritu cayó de golpe y porrazo sobre aquellos gentiles que como Cornelio escuchaban a Pedro. Y ante el asombro perplejo de lo que están viendo con sus propios ojos, Pedro se preguntó si se podía negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros. Pregunta, evidentemente, retórica que no espera respuesta.
Ese día el Espíritu no sólo cayó de golpe sobre aquellos gentiles, también lo hizo sobre las entendederas de la primitiva comunidad cristiana. Y tuvieron que comenzar un aprendizaje de confianza. Es lo que nos está pidiendo Francisco en su Exhortación: “hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo […] dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento” (EG 280) Ponernos a la escucha de lo que Espíritu dice a la Iglesia será siempre el principal desafío que tenemos. Una escucha que ojalá nos adentré “en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma”, tal como pide Francisco (EG 30).
Que el Espíritu que dejó desconcertada a la comunidad de Jerusalén y asombrados a los que le vieron caer de golpe sobre Cornelio y otros gentiles, “venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos” (EG 261)