En el imaginario religioso y espiritual está muy extendida la imagen de la vida cristiana como un camino hacia la perfección. Un camino lleno de obstáculos que la persona debe ir superando. ¿Cómo? Luchando contra todos -y todos es todos- los defectos y pecados que impiden alcanzar dicha perfección y esforzándose todo lo posible y lo imposible para lograrlo.
Es un imaginario que puebla a muchos cristianos y que les lleva a una guerra sin cuartel, experimentando con frecuencia la frustración de no conseguirlo o de no ser lo suficientemente buenos, perfectos o santos que deberían ser.
Enfrentados al “deber ser” sienten la desproporción entre sus esfuerzos y los logros obtenidos. Las expectativas son altas: el ideal de la perfección. El sentimiento de culpabilidad, compañero de camino infatigable, no tardará en hacer acto de presencia, recordando una y otra vez que si no se esfuerza lo suficiente es por pereza, negligencia o soberbia. Ante semejante panorama, consejeros espirituales animarán a no desfallecer, a seguir intentándolo, a confiar en Dios.
Pero no es el único imaginario religioso y espiritual. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, habla de la “diversidad de espíritus” que mueven a la persona y le lleva a dar pasos en una dirección u otra. El “buen espíritu” inspira pasos a dar para vivir lo más evangélicamente posible. El “mal espíritu”, todo lo contrario.
Esta “diversidad de espíritus” parece situarnos ante otro imaginario que no tiene que ver con un camino ascendente y en línea recta hacia la anhelada y deseada perfección. Más bien parece indicarnos que en el seguimiento de Jesús vamos experimentando “mociones espirituales”-movimientos, impulsos- que nos hacen oscilar. Algo así como si fuéramos dando bandazos, yendo de la “ceca a la meca”…
Esa diversidad, esa alternancia no es siempre algo cómodo de manejar y casi se preferiría la claridad de la meta de perfección. Sin embargo, ser conducidos por el Espíritu de Dios nos hace ir a “la zaga de su huella”, en palabras de Juan de la Cruz. Y de eso se trata: ir detrás del rastro que deja y no delante, buscando, rastreando las señales con las que nos indica hacia dónde encaminarnos.
Y no es lo mismo buscar la realización de la propia perfección que buscar el rastro del Espíritu, disponerse a seguirlo y dejarse conducir por él. Sea como sea, en la búsqueda de su rastro nos encontraremos con todo y de todo, dando bandazos, experimentando diversidad y alternancia…
Comparto totalmente la idea. Habría que explicar quizás ¿que es o en qué consiste la perfección cristiana y como llegar a ella?, si de lo que se trata es de hacer y hacer toda clase de austeridades, privaciones y penitencia penosas, puede sucedáneos como San Ignacio, acabemos queriendo suicidarnos, por que nunca llegamos al ideal. Yo esto lo he pensado y a veces he pensado, con este tipo de acciones que buscas, ¿acaso agradar a Dios?, nosotros no podemos esperar agradarlo ni justificar nuestros pecados delante de El. Equivaldría llamarle mentiroso a Jesús y toda su obra. Entonces ¿que hacer? Pues dar cumplimiento a la regla de oro y al sermón del monte así se alcanza la perfección. El problema que veo en el legalismo, del cual yo he sido víctima es que uno vive en una frustración constante, no podemos avanzar, se hace tan cuesta arriba que uno opta por abandonar. Por eso el camino más rápido es el amor incondicional a todo el género humano. Quisiera eso si como haría San Ignacio que la fe es importante, pero ojo la fe sin obras no vale nada. Me ha encantado este artículo. La experiencia de Manresa de San Ignacio la he vivido no tan extrema pero me ha costado la salud. Creedme amad sin límites . Un abrazo