Domingo 3º del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 4, 12 – 23)
En el evangelio de este domingo se nos presenta la llamada de Jesús a sus primeros discípulos. Siempre me ha impresionado la frase que da pie a este comentario: “dejaron la barca y a su padre”. E impacta aún más si caemos en la cuenta del adverbio de tiempo que la matiza por dos veces: “inmediatamente”, “al instante”. Dejar la barca y a su padre implica dejar muchas cosas: bienes materiales, trabajo, seguridades, afectos. Prácticamente dejarlo todo. Dejarlo todo por alguien desconocido que pasa por primera vez por su vida y que tampoco explica mucho ni el por qué ni el para qué de tanta renuncia; simplemente una frase bastante enigmática: “os haré pescadores de hombres”. El evangelista quiere subrayar la fuerza de atracción y convicción de la persona de Jesús y de su llamada.
Este texto, y esta frase en concreto, me suscita varias preguntas: ¿por qué para seguir a Jesús hay que “dejar” tantas cosas?, ¿se arrepintieron alguna vez estos hombres de ese dejar tan radical y precipitado?, ¿les valió la pena?
No sólo en esta escena, sino muchas veces en el evangelio, cuando Jesús habla de seguirle a él habla de la necesidad de “dejar”. Recordamos, sin duda, la escena del llamado joven rico (Mateo 19, 16 – 22) : “vende tus bienes, da el dinero a los pobres… y sígueme”. E incluso llega a hablar de renunciar a uno mismo: “si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo” (Mateo 16, 24). La apuesta por Jesús es una apuesta de amor, de un amor que no calcula porque se siente inmensamente amado y agradecido al Señor que ha puesto los ojos en él y le llama a la misión más hermosa a la que uno pueda dedicar la vida: construir el Reino de Dios.
En su caminar con Jesús los discípulos vivieron experiencias bien diversas. Hubo momentos de alegría, de consolación, pero también momentos difíciles y de desolación. ¿Pensaron en estos últimos momentos que tanta renuncia había sido precipitada? ¿Tuvieron la tentación de una vuelta atrás? Es bastante probable. De hecho, vemos como después de la muerte de Jesús vuelven al lago y a la pesca, a la tarea de siempre. No son inmunes a la tentación de la marcha atrás, de recuperar todo aquello o mucho de lo que habían dejado, como tampoco nosotros somos inmunes a esa tentación en los momentos de desolación.
Pero al final la pregunta es si valió la pena “dejar a la barca y a su padre” por Jesús. Sin duda, todos ellos nos dirían que sí y, de hecho, dejaron su propia vida (como tantos otros seguidores de Jesús a lo largo de la historia) por Él y por el Reino. Es una renuncia por la que se entra en una vida de plenitud humana y en una alegría que nadie nos puede quitar nunca (Juan 16, 22).
Darío Mollá SJ