Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 33-43
Domingo 27 del Tiempo Ordinario – Ciclo A
COMENTARIO
“ESTE ES EL HEREDERO… Y LO MATARON”
La alegoría que nos presenta el evangelio de este domingo resultó de una claridad total para aquellos a quienes iba dirigida: “los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo”. Un poco más adelante dice el evangelista que “comprendieron que estaba refiriéndose a ellos (v. 45). Jesús les lanza un mensaje durísimo. Habla de codicia, de dureza de corazón, de ingratitud, de asesinar a los enviados de Dios. Por eso sigue diciendo el evangelio que “trataron de detenerlo, pero tuvieron miedo a la gente, porque lo tenían por profeta” (v. 46). Seguramente mucha de esa “gente” se sentía reflejada en las palabras de Jesús: alguien que se atrevía a decir lo que ellos pensaban, pero no lo decían por miedo. Ya sabemos lo que le pasó a Jesús, de qué muerte murió y quienes fueron los instigadores de esa muerte.
Quizá nuestro peligro al escuchar y meditar este evangelio sea el decir algo así como que son historias pasadas y que no van con nosotros. Que para nada tienen que ver nuestras actitudes con la dureza de corazón y con la crueldad de esos malos labradores de la viña, que nunca seríamos capaces de actuar de esa manera. Pero no podemos desmarcarnos tan fácilmente si enfocamos este evangelio desde una de sus lecturas posibles: la de la ingratitud. El Señor nos lo ha dado todo pero cuando viene a recoger los frutos de lo que nos ha dado se encuentra con nuestras manos vacías y con nuestras justificaciones o nuestro rechazo.
Jesús está hablando, en primer término, a los líderes religiosos de su tiempo, del pueblo elegido, del pueblo de la Alianza por el que Dios lo ha dado todo y que le pagan su fidelidad de esta manera: matando al Hijo. Pero podemos preguntarnos si el pueblo de la Nueva Alianza, la Iglesia, está dando los frutos que el Señor espera de ella después de todo lo que le da y todo lo que la cuida. Con humildad habremos de confesar que muchas veces, a lo largo de la historia, y hoy, no ha dado los frutos que el Señor esperaba: la misericordia, la esperanza, el amor a los pobres… Que, como los inicuos labradores de la parábola, nos hemos apropiado de los bienes del Señor en provecho propio. Y también podemos preguntarnos si también nosotros, cada uno de nosotros, estamos dando el fruto que el Señor espera después de todo lo que nos da cada día. Porque cada día de nuestra vida es un regalo del Señor y con el regalo de la vida vienen otros muchos: la fe, la familia, nuestras cualidades, nuestras posibilidades, las personas que nos quieren, nuestra vocación… y tantas otras. ¿De verdad las ponemos, y nos ponemos, al servicio de lo que el Señor nos pide y de lo que nuestros hermanos necesitan? Son los frutos que el Señor espera de nosotros como respuesta a su generosidad.