María Luisa Berzosa nos manda esta carta al finalizar el Sínodo de los Obispos y a punto de regresar a España. Desde aquí le queremos agradecer todo lo que nos ha compartido a lo largo del mes que ha durado el Sínodo y que tendremos la ocasión de escuchar de ella misma en el Centro Arrupe. En breve anunciaremos la fecha en que María Luisa estará con nosotros en Valencia. Hasta entonces, os dejamos con ella…
«Me parece mentira que haya pasado ya un mes enteramente vivido en este acontecimiento eclesial. Ahora salgo a la calle sin ordenador, sin el Instrumentum Laboris, sin el libro de las oraciones -¡en latín!- sin la tarjeta identificatoria mirada todos los días con absoluta precisión por la guardia suiza… y sin embargo el Sínodo me habita, se me ha metido en el corazón y ya forma parte de mi historia de mujer cristiana perteneciente a la Iglesia católica.
El día después -lunes 29 de octubre- he tenido necesidad de hacer silencio. Me he ido a la iglesia del Gesú y durante algunas horas han ido tomando cuerpo en mí los días sinodales. El Señor, bien flanqueado allí por Ignacio y Pedro Arrupe, me ha animado a tomar distancia interna de la experiencia, a agradecerla y a depositarla a sus pies como algo que no me pertenece, se me ha regalado y sentía el deseo de devolverla, de ofrecerla para que vuele, para que se multiplique, no la puedo guardar para mí.
Los ecos que van resonando en mí tienen que ver con haber hecho un camino juntos -Sínodo-, con la diversidad de culturas, lenguas, continentes, edades, iglesias… y a pesar de ello o precisamente por ello, se ha dado un lenguaje común, una sinfonía con notas similares a fuerza de acompasar ritmos, de una escucha activa que deja penetrar lo que oye desde el corazón y que va creando un hermoso coro polifónico, donde está permitido -y es bonito- desentonar porque prima la inclusión de toda diversidad.
Llegué sorprendida, comencé animada, continué con pasión poniendo lo mejor de mi ser de mujer en minoría pero sostenida y apoyada por mis compañeras; con el paso de los días fui sintiéndome en mi propia casa, con pleno derecho, dialogando con un tu mayestático en apariencia -por títulos y ropajes- pero humano, con empatía, con sentires semejantes, hermanas y hermanos en la fe en un mismo Dios Padre y Madre que desea lo mejor para todos los seres humanos.
Y así un enorme número de varones y uno reducido de mujeres, junto a los jóvenes -tampoco numerosos pero haciéndose oír- hemos tejido con hilos de apertura al Espíritu, un maravilloso tapiz multicolor amplio e inclusivo, como signos de una iglesia que desea caminar en sinodalidad.»