El 20 de noviembre tuvo lugar en el Centro Arrupe un encuentro del grupo Tomás Moro con 10 jóvenes con los que nos une una inquietud común. El grupo Tomás Moro nació hace algo más de 5 años con la pretensión de tender puentes de diálogo y reflexión entre la fe y el mundo secularizado actual. Este objetivo se vuelve hoy más urgente, debido al clima de polarización y división que estamos viviendo, tanto en nuestros entornos más cercanos, como en el contexto mundial global.
El diálogo fue vivo, sincero y cordial. Percibimos una sensibilidad compartida en la que la pregunta por la trascendencia tenía pleno sentido para todos, hasta el punto de poder afirmar que muchos jóvenes -y quizá también los mayores- “se sienten” a la vez creyentes y no creyentes. Este “sentir” hacia la fe solo tiene sentido si se funda en una experiencia personal que no se da en el mundo de las ideas o de la pura especulación; sino en la interioridad humana: en aquello que nos constituye desde dentro y está en la raíz de nuestras decisiones vitales y de los valores que nos hacen ser quienes somos. Y esto no es puramente especulativo, aunque dé que pensar. Esta experiencia personal es única e inalienable y siempre está inacabada, en camino. En ese camino, el encuentro con otras personas, en su diversidad y diferencia, ha de ser acogido como un regalo y como una oportunidad de aprendizaje, y no como una amenaza o un peligro ante el que hay que parapetarse y defenderse (y, algunos dirían, atacar).
Sin acuerdo previo, el diálogo nos fue llevando a otros temas (fe y libertad, los miedos, la necesidad de formación…) y, casi sin darnos cuenta, se nos había echado encima la noche. Quedamos satisfechos y agradecidos, con el compromiso de volver a vernos para continuar recorriendo este camino apenas iniciado. Yo me volví a mi comunidad repitiendo la bienaventuranza: “dichosos los limpios de corazón”; porque algo de eso había vivido.

