Nos entregó a su Hijo para que el mundo se salve por él

Domingo 4º de Cuaresma – Ciclo B (Jn 3,14—21)

El Dios Fuente de la Vida, Padre y Creador, no se desentiende de la obra de sus manos. Ya en la primera lectura del primer domingo de cuaresma, el libro del Génesis nos recordaba que Dios no se arrepiente de la obra de sus manos. Después del diluvio la conciencia de Israel llega a reconocer que la voluntad del Dios de la vida no es destruir sino hacer alianza, el arco iris nos lo recordará (Gen 9,8-15). Nuestro Dios es un Dios de Vivos y no de muertos.

Pero da la impresión de que nos empeñamos en vivir en “la oscuridad y en las sombras de muerte”. En un momento, sobre todo en occidente, le dijimos a Dios que se desentendiera de este mundo que ya nos encargábamos nosotros de él y da la impresión de que no nos ha ido mejor. Es verdad que hemos “progresado” en muchas dimensiones y hemos mejorado… pero también es verdad que hemos fabricado la bomba atómica y construido los campos de concentración; mal que nos pese, Hiroshima y Auschwitz es obra nuestra, y eso no lo queremos ver, no nos engañemos: ¡no lo queremos ver!

También da la impresión de que no aceptamos que solos no podemos salir de esta tiniebla. Es verdad que tampoco tenemos muy buena experiencia de los que han querido ofrecer “salvación” en este último par de siglos, más bien ha sido un horror. Necesitamos Luz que oriente nuestros pasos, que ilumine nuestros rostros, que nos trace caminos de vida, que nos libere de resentimientos y malestares interiores, luz que nos permita percibir las chispas de bondad que siguen existiendo en este mundo.

Jesús le dice a Nicodemo, en el contexto del evangelio de este domingo, que tenemos que “nacer de nuevo” para disfrutar del reinado de Dios y es evidente que eso nosotros solos no lo podemos hacer. Necesitamos un cambio de mirada, un cambio de corazón, necesitamos reubicarnos. Necesitamos un punto de inflexión en nuestras vidas, cada uno sabe por donde le viene este momento, para reconocer con humildad que necesitamos ser iluminados y que el que nos ilumina es el que viene de Dios, de ese Dios que ama entrañablemente este mundo nuestro, que no lo juzga, pero que, si lo desenmascara, dándonos, entregándonos, sus entrañas compasivas en Jesús el Hijo.

El Hijo es ese Jesús que no pide nada para si, que tan sólo pide que por favor nos amemos “los unos a los otros”, porque si no lo hacemos es cuando nos destruimos. El no nos va a forzar, el amor no es violento no coactivo, él tan solo quiere que nos salvemos, que nos rencontremos como criaturas invitadas a la Filiación y a la Fraternidad, pero el amor no deja las cosas igual.

El amor pone en crisis la realidad, no es lo mismo luz que tiniebla, no es lo mismo verdad que mentira, confiar que no confiar, también es verdad que entre unas cosas y otras existen zonas grises, como bien dice San Pablo aun no vemos con claridad, pero aunque no estemos plenamente en la Luz si que sabemos que cuando nos cuidamos y no nos dañamos, cuando acogemos y no rechazamos, cuando sanamos y no herimos la vida se nos va iluminando… pero hay mirar al Crucificado que es “el Hombre levantado en lo alto”, ahí encontramos los brazos compasivos que nos acogen e iluminan.

Toni Catalá, SJ

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