El tiempo pasa volando

Y llegamos al final de año con su invitación a celebrar la transición a lo nuevo. Una transición envuelta de buenos deseos para lo que está por venir, llena de rituales de paso: la cena de Noche Vieja, las campanadas con sus correspondientes doce uvas, llevar una prenda roja… Envuelto de todo ello, el paso al nuevo año será vivencia del transitar por el tiempo, del cubrir etapas, del despedir lo vivido y acoger lo que está por vivir.

Será un momento evocador de tantos otros de nuestras vidas que también nos llevan a pasar de un momento vital a otro, de una situación a otra, de una etapa a otra. Tiempo para la despedida y la bienvenida, tiempo para el ver marchar y para el acoger. Lo conocido da paso a la novedad, entremezclándose en esa zona de aprendizajes que quedan por hacer y con los que no habíamos contado: aprender a vivir con el propio dolor, a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar, a fracasar,  a ser creativo, a cultivar la interioridad… Y es que la vida es un continuo y complejo proceso de aprender y desaprender. Y también un cúmulo de ocasiones perdidas en las que “decidimos” no querer aprender ni tampoco querer desaprender.

El fluir vital y el desarrollo del ciclo personal de cada uno está lleno también de aprendizajes que uno ha tenido que hacer sin que nadie se los enseñe de una manera formal.  Aprendemos por imitación de modelos, por pura necesidad de supervivencia, por intuición natural. Algunos de estos aprendizajes son dolorosos, otros son gozosos y el profundizar en todos ellos es de gran ayuda para la propia evolución personal.

La vida está llena de maestros que nos enseñan, sin que ellos se enteren de que han sido nuestros maestros: personas significativas unas veces, pero otras, gentes con las que sólo nos hemos rozado tangencialmente en un momento dado. Aprendemos de las cosas que nos pasan, sin buscarlas. A veces son agradables y otras desagradables, pero muchas veces son el resultado de encuentros fortuitos. Aprendemos también –y mucho–, de lo que rechazamos, de la alternativa que dejamos, de lo que no supimos elegir a tiempo… La única condición para aprender es no ser sordos a la vida. El que trabaja por tener la sensibilidad despierta, los ojos abiertos, la mente lúcida y el corazón oxigenado, ése aprende –y con gran asombro– del día a día.

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