Yo soy el pan que da vida

Domingo 18 del tiempo ordinario. Ciclo B. (Jn 6,24-35)

Hasta el domingo 21º del tiempo ordinario se interrumpe la proclamación del evangelio de Marcos y se proclama el capítulo 6 del evangelio de Juan. Capítulo de gran hondura, que consiste en una profunda catequesis sobre la Eucaristía a propósito de la multiplicación de los panes, que es en donde nos quedamos en el evangelio de Marcos. Juan amplia el relato de Marcos y lo lee desde muchos años pasados ya de experiencia comunitaria y reflexión vital.

La multiplicación de los panes es el único relato de milagro, no olvidemos que los milagros son los signos del Reino y prácticas compasivas del buen pastor, que se narra en los cuatro evangelios. Algo pasó muy impactante que dejó una profunda huella en la memoria de los discípulos.

Jesús se conmueve ante la gente que anda “derrengada y como ovejas sin pastor” y les dice a los discípulos que les den de comer para que no queden “tirados” por los caminos de la vida. Ante la necesidad de la gente y la invitación de Jesús lo normal es acudir a las leyes del mercado: oferta y demanda, vender y comprar. Los discípulos se enredan en el cuánto pan comprar… si hará falta mucho dinero… calculan las raciones y precio por ración… Jesús les dice que no se trata en absoluto de eso. No se trata de acudir a algo exterior a ellos, se trata de que lo poco que tiene cada uno, “hay un chiquillo que tiene cinco panes de cebada y dos peces secos”, lo hagan circular, lo compartan, lo pongan al servicio. Jesús bendice lo poco y al compartirlo sobró mucho.

La gente al ver aquello, da igual si se multiplicaron los panes en los cestos o si Jesús organizó muy bien el reparto, lo quieren hacer rey. Ven que Jesús les resuelve los problemas y lo quieren atrapar, entonces Jesús se “retiró al monte, él solo”. Da la impresión de que Jesús necesita orar, resituarse, la gente no ha captado la hondura del signo, tan sólo se han quedado en las meras necesidades satisfechas, han comido hasta hartarse, pero no han captado el significado de la mesa compartida y bendecida por el enviado del Padre. Ahora empieza la gran catequesis.

Comer pan es necesario, pero es evidente que se vuelve a tener hambre, el pan que hay que comer es el Pan de Dios que es Jesús de Nazaret su enviado. El que se acerca a Jesús y se empapa y se embebe de él ya no tiene más hambre ni sed. Se experimenta la plena satisfacción que colma los anhelos más profundos de las criaturas que es sentirse queridas, dignificadas, reconciliadas y eso es Eucaristía.

Quedarse admirados ante el portento de la multiplicación no nos hace caer en la cuenta de la hondura de la Buena Noticia, podría ser perfectamente una ilusión propia de magos e ilusionistas, Jesús no ha venido a eso, lo que nos hace caer en la cuenta es percibir que Jesús, compadeciéndose ante los abatidos, nos invita a centrarnos en la Fuente de la Compasión que no es la mera satisfacción mercantil de necesidades sino la Fuente de la Vida: el Padre Nuestro. Si experimentamos al Padre Nuestro entonces podemos compartir panes y palabras que nos lleven a celebrar el Pan y disfrutar de la Palabra.

Toni Catalá SJ