Ya no son dos, sino una sola carne

Domingo 27 del Tiempo Ordinario. Ciclo B (Marcos 10, 2-16)

Hay lecturas del evangelio de los domingos cuyo contenido y aplicación nos parece, de entrada, muy aplicable a nuestro tiempo y situación y otras que, de entrada, en una lectura primera y superficial, nos pueden parecer más lejanas o por su lenguaje o por hablar de realidades muy concretas del tiempo de Jesús. Quizá nos pueda pasar algo de eso con el evangelio de hoy. Pero si lo leemos con atención y profundizamos en él veremos que nos ofrece reflexiones y llamadas muy válidas para el hoy.

Un primer dato a retener: los fariseos le preguntan a Jesús no con limpieza, sino que, como en otras ocasiones, le hacen una pregunta “para ponerlo a prueba”. No les interesa llegar a la verdad sobre el tema que preguntan, sino, simplemente, tenderle una trampa.  Como casi siempre, esas preguntas-trampa se plantean (entonces y ahora) a partir de la casuística. Jesús rehúye entrar en el terreno de la casuística y lleva la cuestión a lo que es fundamental: el designio y el proyecto de Dios. Un camino, el que va de la casuística al proyecto de Dios, que también es bien válido para muchos planteamientos actuales en temas de ética y moral.

El proyecto de Dios para un hombre y una mujer que se unen es “que ya no sean dos, sino una sola carne”. Ese es el horizonte: un horizonte de unión y de comunión plena en el que no hay en absoluto ninguna relación de dominio, prevalencia, dependencia o sometimiento de una persona sobre la otra, sino una relación de plena igualdad en la construcción de un proyecto común. Eso pide “abandonar padre y madre”: los dos han de renunciar a muchas cosas, muy legítimas, muy personales, para favorecer una realidad nueva construida entre dos y en la que los dos se encuentren.

Hay otra afirmación de Jesús en este diálogo que a nosotros no nos choca pero que a los interlocutores de Jesús les debió parecer inaceptable: “Quien repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera”:  es decir, un hombre puede cometer adulterio. Les debió resultar inaceptable porque en aquella época y cultura sólo se tenía en cuenta el adulterio de la mujer. Al añadir la posibilidad de que también el hombre cometa adulterio y sea considerado y tratado como adúltero Jesús está afirmando, en consecuencia lógica con el horizonte de igualdad que ha marcado para el matrimonio, la igualdad entre el hombre y la mujer.

Han pasado muchos años desde que se vivió esta escena y se escribió este evangelio hasta hoy y uno tiene la impresión de que aún hay muchísimo camino que recorrer en la sociedad y en la Iglesia para que, efectivamente, en la realidad cotidiana, hombre y mujer sean considerados ambos como hijos de Dios en igualdad de dignidad y derechos llamados a construir en comunión de horizonte un mundo nuevo que responda al proyecto único de Dios para todos.

Darío Mollá SJ