Y la gracia de Dios lo acompañaba

Domingo de la Sagrada Familia – Ciclo B (Lc 2, 22-40)

El niño nacido en Belén se pasó la mayor parte de su vida “como uno de tantos”. Llamar “vida oculta” a la vida corriente y normal de Jesús, sólo se nos ocurre a los que nos gusta la “vida pública”. Nos gusta exhibirnos, llamar la atención, mostramos, estar continuamente diciendo: “fijaros que aquí estoy yo”. No tenemos que perder la espontaneidad y podemos seguir hablando de la vida “oculta”, pero sabiendo la de trampas que lleva consigo el mal uso del lenguaje.

Esta vida Jesús la vivió en familia y en Nazaret. Trabajando con los que trabajaban, rezando en la sinagoga con sus vecinos, celebrando el rico calendario judío de fiestas, escuchando las viejas historias de su pueblo con Dios… Durante esos años “crecía, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba”.

Durante esos años en familia y en vecindad, Jesús iba “sabiendo” que en su pueblo había mujeres manchadas, ciegos, cojos, tullidos, posesos, enfermos, abatidos, viudas indefensas, Jesús iba “sabiendo”, y experimentando, por lo tanto, que el compartir mesa es fuente de alegría, que había gentes que se compadecían de otras porque eran “buena gente”, que había pobres viudas que eran más generosas que los potentados, que Dios hacía salir el sol sobre los que iban a la Sinagoga y sobre los que no iban, sobre los compasivos y los inmisericordes…

Jesús se empapó de vida y, por eso más tarde, cuando se sintió empujado por Espíritu, a partir del Bautismo de Juan, a anunciar la “Buena Noticia de Dios y a curar” supo hablar el lenguaje de la gente. En la familia, Jesús fue creciendo en compasión y en pasión por Dios.

María viendo a su hijo Jesús como crecía, como se hacía sensible a las necesidades de su pueblo, barruntaría en su interior que su hijo no se acomodaría para siempre a las rutinas de un buen judío. Recordaría que cuando lo llevó para ofrecerlo en el templo al Dios de los padres junto con José y se encontró con el viejo Simeón, “hombre honrado y piadoso que esperaba la Consolación de Israel”, éste la inquietó con sus palabras. Simeón le dijo que ese niño no iba a dejar indiferente a nadie en Israel, que iba a ser piedra de tropiezo, que ante él los corazones quedarían desenmascarados. María sabía que la Misericordia no deja las cosas igual, que “levanta” lo pequeño y “derriba” la prepotencia… ¿Qué pasará con este niño?

Seguro que María y José disfrutarían con Jesús y demás miembros de la familia… pero este niño les inquietaba. No hay “sagradas familias” exentas de alegrías y penas. Repito que las palabras de Simón a María la inquietaban, y sólo más tarde ante la cruz de su hijo las entenderá cuando su corazón quedé traspasado por la muerte ignominiosa de su hijo. No hay “sagradas familias” que no estén amenazadas por la vulnerabilidad de sus miembros y por futuros imprevisibles. Jesús, en más de un momento, desconcertó profundamente a María.

La buena noticia del relato evangélico de este domingo es que nos hace caer en la cuenta de que es en está vida corriente y normal donde todos aprendemos, crecemos en sabiduría, para descubrir al Dios de la Vida en ella. La gracia de Dios acompañaba a Jesús y nos acompaña a nosotras y a nosotros. Tan sólo hace falta no ensimismarnos y tener los ojos bien abiertos, ¡cuidado con las oraciones de sólo ojos cerrados!

Toni Catalá SJ