Vosotros sois la luz del mundo.

Domingo 5º del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 13 – 16)

Seguimos reflexionando este domingo sobre el Sermón del Monte tal como lo presenta el evangelista Mateo. Este domingo Jesús utiliza dos metáforas de la vida cotidiana para describir el papel de sus discípulos en este mundo: ser luz y ser sal. Las metáforas abren muchas posibilidades de lectura e interpretación. Me voy a centrar en la metáfora de la luz e invitar a preguntarnos: ¿cómo podemos ser luz, la luz de Dios, en este mundo? Las respuestas pueden ser múltiples y voy a proponer y reflexionar sobre una de ellas, seguramente no la más evidente, pero no por ello la menos importante.

Ser luz de Dios en este mundo es, entre otras cosas, ser personas de discernimiento. De discernimiento como actitud central en nuestra vida cristiana. Personas que intentan iluminar los complejos problemas de la existencia humana en este momento concreto de la historia desde la luz de Dios, desde la luz del evangelio de Jesús. Sin tópicos, sin respuestas facilonas o prefabricadas, tomando en serio las dificultades que eso plantea. Porque no es nada fácil. A muchas personas que desean sinceramente vivir desde el evangelio la dinámica de nuestra sociedad se lo pone bien difícil.

Crear en nosotros actitudes de discernimiento, educar en un cristianismo maduro de discernimiento, ayudar a otros a vivir el día a día en discernimiento. ¿Por dónde va eso? ¿qué exigencias plantea?

Pide, en primer lugar, apertura a que la novedad del evangelio ilumine y cuestione las certezas inconmovibles o interesadas. Es aquello que San Ignacio llamaba “indiferencia”, que no es que me da igual juana que su hermana, sino que no soy prisionero de  posturas previamente tomadas y sin discusión. Ni personales ni sociales.

Actitud de discernimiento tiene mucho de humildad de la buena. Al menos en dos manifestaciones de esa humildad (virtud bastante olvidada en nuestro tiempo en la Iglesia y fuera de ella): la humildad de no caer en maniqueísmos, en discursos simplistas de buenos y malos, y la humildad de aceptar de buen grado aquello de que quienes consideramos inferiores (en el sentido que sea) pueden tener más “sabiduría” evangélica que nosotros.

Actitud de discernimiento es capacidad de escucha: de lo que el buen Espíritu nos va diciendo en el corazón y también de lo que nos va diciendo en los acontecimientos de la vida y en los encuentros con nuestros hermanos. Se crece en capacidad de escucha (y perdonadme la obviedad) escuchando. Pero lo que ya no es tan obvio es que dediquemos de hecho el tiempo suficiente a la escucha.

La actitud de discernimiento tiene como fruto precioso el crecimiento en libertad. Libertad frente a las presiones exteriores (del tipo de sean) tanto las escandalosas como las sutiles, y libertad frente a esas pasiones interiores (el miedo, el orgullo, la soberbia, el desorden de algunos afectos…). Y sólo desde una madura y creciente libertad es posible vivir el evangelio hoy y ser luz en esta sociedad.

Darío Mollá SJ