Viene el Hijo del Hombre

Domingo 1º de Adviento – Ciclo A (Mateo 24, 37 – 44)

Comenzamos este domingo un nuevo año litúrgico y comenzamos, por tanto, de nuevo, el tiempo de Adviento. El tiempo de la promesa, el tiempo de la espera y de la esperanza. Este año seguiremos a lo largo de los domingos el evangelio de Mateo y, por ello, ya en este primer domingo se ofrece a nuestra meditación un breve texto de este evangelio. Encontramos en él una promesa y una llamada, una invitación.

La promesa es contundente, firme: “Viene el Hijo del Hombre”. No hay duda. La invitación, la llamada, es apremiante: “Estad preparados”. Ya no podemos decir que no sabíamos nada, que no estábamos advertidos, que nos pilla de sorpresa esa venida. Sabemos que viene, nos podemos preparar. Pero, ¿cómo prepararnos?, ¿cuál es el modo adecuado de hacerlo?, ¿hacia dónde hemos de mirar para que su venida no nos pase desapercibida? Sería una pena… Porque necesitamos encontrarnos con Él, sentimos la necesidad de un encuentro nuevo, renovado y renovador…

Adviento es tiempo de cuidar nuestra interioridad. “Le hablaré a su corazón” (Oseas 2, 16): adviento es tiempo de abrir la puerta del corazón, de abrir nuestros oídos interiores, para que Él entre: “Estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20). Él llama de forma suave y si no nos aislamos de ruidos exteriores e interiores tenemos el peligro de no oír su llamada. Y entonces sucede que en nuestra cena de Navidad falta el comensal más importante, el que le da sentido a todo.

“Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mateo 18, 20): el Señor que viene se hace presente donde hay fraternidad. Estar reunidos en el nombre del Señor es estar construyendo fraternidad, reconciliación, paz y justicia entre hermanos. El tiempo de Adviento es un tiempo de revisar nuestra fraternidad o, dicho de otro modo, preguntarnos si estamos en la vida “en nombre del  Señor”. Adviento es, en ese sentido, tiempo de conversión de todas aquellas actitudes que rompen la fraternidad con aquellos con quienes vivimos cerca y preguntarnos también por nuestra actitud en una sociedad tan polarizada y falta de diálogo y reconciliación como la nuestra.

“Tuve hambre y me distéis de comer… cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 35.40): cuando nos ponemos al servicio de los más pequeños en sus necesidades, en las cosas más cotidianas y sencillas, nos estamos encontrando con el Señor que viene a nosotros no con magnificencia ni grandeza humana, sino en la pequeñez y humildad de los que no cuentan, de los descartados. Cada vez que nos acercamos a ellos es al mismo Señor al que encontramos. Adviento es, pues, también, el tiempo del servicio a los más pequeños.

Darío Mollá SJ