Vida religiosa llamada a mayor libertad

Comenzamos una serie de cuatro artículos, a lo largo de este mes de octubre, en los que Darío Mollá SJ y Toni Catalá SJ reflexionan sobre distintos aspectos de la vida religiosa: la vida comunitaria, el discernimiento vocacional, dinámicas en esta forma de vida… El primer artículo que proponemos nos sitúa en el horizonte de la Vida Religiosa, llamada a mayor libertad.

“Han de ser más perseguidos de lo que muchos piensan; han de ser muy importunados de visitas y preguntas a todas horas del día, y parte de las de noche, y llamados a casas de personas principales, que no se pueden excusar. No han de tener tiempo para orar, meditar y contemplar, ni para ningún recogimiento espiritual; no pueden decir misa, a lo menos a los principios; continuadamente han de ser ocupados en responder a preguntas; para rezar su oficio les ha de faltar tiempo, y aun para comer y dormir. Son muy importunos, principalmente con extranjeros, que los tienen en poca cuenta, que siempre hacen burla de ellos” Francisco Javier

Esta comunicación de San francisco Javier a los formadores de los jesuitas de Coímbra, Portugal, hoy sería tremendamente problemática, por lo menos, en la vida religiosa apostólica (VRA). Francisco Javier se queja de que los religiosos que le mandan a la India no le “sirven” para el ministerio apostólico, no porque la gente sea buena o deje de serlo sino por su incapacidad de dejar estilos de vida rígidos y “monacales” para dar respuesta con libertad a las necesidades de las gentes. O nos marca el ritmo las necesidades de la gente o la VRA no tiene absolutamente ningún futuro.

Nos encontramos con demasiadas situaciones en que cuando el religioso o la religiosa rompe el orden del “monasterio concertado (ordenado)” que, por cierto y a modo de ejemplo, San Ignacio no quería, entonces no aparece la presunción apostólica sino la sospecha de que una o uno hace lo que le da la gana, y vivir bajo sospecha es insoportable

Para mantener dinámicas de falsa estabilidad se apela a que hay que “hacer comunidad”. Es impresionante la de “falacias, sutilizas y falsas razones” -otra vez San Ignacio- que enmascara esa expresión. Hace falta dejar ya, no solo en la VRA, el mito de origen de una comunidad primera en la que todo era armonía, fraternidad o sororidad, me da igual, con los bienes en común, asiduos a la oración, etc… Las primeras comunidades no estuvieron exentas de conflictos porque el Señor Resucitado convoca a “los que él quiere” y donde hay diversidad hay conflicto. Diversidad que es riqueza fascinante, sí, pero conflictiva.

Los escritos canónicos del Nuevo Testamento no nos ocultan los criterios que tuvieron que darse las primeras comunidades para tejer comunión desde la diversidad. Galacia, Roma, Corinto… comunidades vivas pero doloridas. Es necesario leer y releer al “denostado” San Pablo en muchos ambientes de VRA como maestro de discernimiento comunitario.

Que el Resucitado nos convoque no borra nuestras historias educacionales, familiares, culturales, nuestros dones y debilidades. Una vida religiosa que intente “clonar” a los que entran en ella está abocada al fracaso. Una vida religiosa que intente mantener un orden «concentracionario», despojo de toda particularidad, está abocada a generar mucha alienación y sufrimiento.

La comunidad no es algo a recuperar sino a construir, comunidades “manantiales de agua viva o cisternas resecas que no retienen el agua”. Esta es la cuestión. Las comunidades hoy son fuente de mucho sufrimiento, algo hemos hecho mal. Los religiosos y religiosas somos “flacos (débiles) y diversos -otra vez San Ignacio-, no perfectos ni perfectas. Creo que el desconcierto y sufrimientos que la vida religiosa está viviendo (toda esta reflexión me la está inspirando el documento de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, “Para vino nuevo, odres nuevos” enlazar) o nos humaniza y evangeliza o nos puede romper.

Toni Catalá SJ