Ve primero a reconciliarte con tu hermano.

Domingo 6º del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 17 – 37)

Seguimos en este domingo meditando el Sermón del Monte que ocupa tres capítulos completos del evangelio de Mateo. Todo él tiene un carácter profético, pero ese tono profético se deja sentir especialmente en los versículos que la liturgia selecciona para este domingo. “… Primero… tu hermano”. El Dios de Jesús nunca permite que en su nombre se minusvalore al hermano. Al contrario, si algo indigna a Jesús a lo largo de toda su vida es eso: que en el nombre de Dios se desprecie u ofenda, de cualquier modo, al hermano.

Tendemos mucho, y por desgracia las personas religiosas no somos las que menos, a toda suerte de matices, dobles sentidos en el lenguaje, restricciones verbales… que en el fondo tienen algo o mucho de deshonestidad. El famoso “sí… pero…”: ponte a temblar si al hablar de ti tras el “sí” ponen el “pero”. Por no hablar de la cantidad de autojustificaciones para justificar lo injustificable o las autoexcusas para eximirnos de lo que, incluso con dureza, exigimos a otros.

El evangelio de hoy contiene, en mi opinión, una triple exigencia: la honestidad con uno mismo, la sinceridad en  nuestras relaciones con los demás y la verdad en nuestra relación con Dios. Tres matices de una misma realidad: andar en verdad.

Honestidad con uno mismo contra una dinámica de autojustificaciones y autoengaños. Decirnos a nosotros  mismos la verdad y dejar que otros nos la digan, aunque nos duela. Y no manipular a Dios para tapar nuestras miserias o dar argumento a nuestras injusticias. “Deja tu ofrenda… y reconcíliate con tu hermano”, no dejes de atender al que sufre porque dices que te reclaman obligaciones con Dios.

Sinceridad en nuestras relaciones sociales. ¡Qué lejos estamos de ello! La mentira ha adquirido  carta de naturaleza en nuestra sociedad como forma de relacionarnos; se da por hecho ¿y justificado? que para sobrevivir hay que mentir. Se sacrifica la verdad al interés de personas y grupos: nadie se extraña ni escandaliza por ello; forma parte del juego, decimos.  Prometemos para salir del paso y luego de lo prometido no me acuerdo. Se dice una cosa en el estrado, y otra en los pasillos. Todo eso tiene consecuencias: las sufren los más débiles.

Y verdad con Dios. Con el Dios de verdad, con el Dios de Jesús, no con el que nos construimos o manejamos a nuestro antojo. Un Dios al que no engañan las falsas palabras: “con sus palabras me honran, pero su corazón está lejos de mí” (Marcos 7,6). Un Dios al que dejamos ser Dios porque es el centro de nuestra vida, no una figura que sacamos cuando conviene y escondemos cuando no nos conviene. Es duro el evangelio de hoy. Pero necesario de ser dicho, oído y puesto en práctica. Es la gracia que podemos pedir hoy.

Darío Mollá SJ