Vamos a la otra orilla

Domingo 12 del tiempo ordinario. Ciclo B. (Mc 4,35-40)

La otra orilla es “el país de los gerasenos” (Mc 5,1), es el país de los distintos, de los otros, de los no judíos, de los paganos, de los impuros. Es el país del no-pueblo de Dios, de los que no entran en la elección de Israel. La travesía va a ser muy dura, dificultosa, el riesgo de hundimiento y de autodestrucción es total… se van a perder seguridades, convicciones adquiridas, prestigios, relevancias… y esto aterra a los discípulos. Es una travesía dura. Al igual que Israel salió de Egipto y atravesó el desierto para llegar a la tierra de la promesa, ahora Jesús decide dejar la tierra de la promesa para atravesar el mar, lugar de amenaza y de inseguridad, y llegar al país de los despreciados por aquellos que olvidaron que ellos también habían sido esclavos y despreciados.

La comunidad de Marcos está experimentando una travesía dura pero fascinante: vivir el seguimiento del Señor Jesús en un ambiente inhóspito. Ambiente pagano que pone en cuestión sobre todo la seguridad de lo adquirido, de lo conocido, de lo estable, que pone en cuestión la imagen de un dios que dejó de ser el Creador y Padre de todos, para convertirse en un dios tribal, en un dios de los que pensamos y sentimos igual, de los que hemos dejado de agradecer la tierra dada y regalada para convertirla en propiedad privada, propiedad bien delimitada, bien mapeada, con fronteras físicas y mentales que hay que mantener cerradas a toda costa, caiga quien caiga y muera quien muera.

Es una travesía en la que Jesús no va delante como los “principales de los pueblos”, liderando y guiando, arrastrando, manipulando, engañando… Jesús va en popa y durmiendo, Jesús quiere que sus discípulos arriesguen, que se atrevan, que se lancen, que piloten ellos la travesía. ¡No pueden! Se bloquean, dudan y se paralizan. Olvidan que Jesús va con ellos, olvidan que Jesús los quiere libres, vigilantes, esperanzados. Quieren encontrar la “seguridad” en Jesús y este les llama, nos llama, cobardes y con razón.

En este relato se nos invita a la comunidad a no olvidar que el seguimiento de Jesús no ha sido una invitación a salir de este mundo inhóspito, “olas”, “vientos”, “tempestades”, sino todo lo contrario. Cuantas veces hemos confundido la Salvación que nos trae Jesús con entrar en una casa blindada, en la que nada se pone en cuestión, en la que está muy claro lo hay que pensar y sentir, en la que se tiene muy claro quién es digno de pertenecer al club de los seguros y quién no.

La Salvación es sanación, y si Jesús nos sana porque nos hace descubrir nuestra condición de hijas e hijos de un mismo Padre que no ama incondicionalmente, este el “secreto del reinado de Dios”, entonces nos sentimos llamados a sanar, a ser “sanadores heridos”, a aliviar, que es lo que va a hacer Jesús al desembarcar en el “país de los gerasenos”, (insisto en que no perdamos la coherencia del relato de Marcos)

La fe es Confianza. A Jesús le duele la falta de confianza de los suyos; además los discípulos olvidaron que también salieron “otras barcas que los acompañaban”, se quedaron ensimismados en su barca, dejaron de mirar más allá. La comunidad cristiana, del tipo que sea, cuando se encierra en su única barca, en sus fronteras mentales, cuando deja confiar en el único Maestro que nos quiere libres, autónomos y responsables, cuando en el fondo lo único que se busca es seguridad, seguridad y seguridad, el hundimiento es inminente.

Toni Catalá SJ