Tú eres mi hijo, el amado. En ti me complazco

Domingo del Bautismo del Señor – Ciclo C (Lucas 3, 15-16.21-22)

La escena del Bautismo de Jesús es algo así como la presentación en sociedad de Jesús. Tras la mal llamada vida “oculta” de Jesús en Nazaret, comienza su vida pública. Y comienza de un modo muy significativo, como no podría ser de otro modo. Si fue impactante la escena del nacimiento en Belén, no es menos reveladora la escena que nos presenta hoy, con notable concisión de palabras, el evangelista Lucas: su bautismo en el Jordán. Notemos algunos detalles, todos ellos de relieve, que nos aporta una meditación sosegada del evangelio de este domingo:

  • En el relato de hoy Jesús apenas tiene ningún protagonismo. Sólo una breve mención: “Jesús se bautizó”. Son otros dos los protagonistas: Juan Bautista que anuncia le llegada de “uno con más autoridad que yo” y el Espíritu Santo a quien acompaña una voz del cielo que es la que “presenta” a Jesús como el Hijo amado;
  • Jesús se presenta como uno más entre el grupo de los que iban a bautizarse con Juan en el Jordán. ¿Quiénes iban? Gente sencilla conmovida por el mensaje del Bautista que iban a recibir un bautismo de conversión y perdón. Jesús dijo más tarde a las autoridades religiosas de su tiempo: “… vino Juan, enseñando el camino de la justicia y no le creyeron, mientras que los recaudadores y las prostitutas le creyeron. Y vosotros, aún después de verlo, no os habéis arrepentido ni le habéis creído” (Mateo 21, 32);
  • La “presentación” de Jesús, el Mesías, no tiene lugar en ningún escenario solemne, ante un auditorio selecto y escogido, convocado para la ocasión y con cita previa. Tampoco tiene lugar en un lugar religioso, como sería esperable: no sucede en el Templo de Jerusalén ni siquiera en una sinagoga de cierta categoría o en la sinagoga de Nazaret. Es en plena naturaleza, en un recodo del río Jordán;
  • En su “presentación” Jesús no dice una sola palabra. Es Juan Bautista el que habla y esa voz que desde el cielo proclama “Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto”. Ni antes de esa voz ni después de ella Jesús va a decir nada. Sólo más tarde, después de las tentaciones en el desierto, en la sinagoga de Nazaret tomará las palabras del profeta Isaías para comenzar su misión: “Hoy, en presencia vuestra” (Lucas 4, 21)

¿Quién es, pues, el Hijo al que Dios proclama amado y predilecto? Alguien que no busca ningún protagonismo, sino que asume el anonimato de ser “uno de tantos” (Fil 2, 7); alguien que va por la vida con humildad, mezclado con los pecadores, que “no hizo alarde de ser igual a Dios” (Fil 2,6); alguien que acoge a todos y en todos los lugares, no sólo a los que se creen los oficialmente buenos; alguien que tiene claro que la palabra que importa decir no es la suya propia, sino la palabra de amor de Dios Padre.

Darío Mollá SJ