Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo

Domingo veintiuno del tiempo ordinario (Mt 16,13-20)

Cuando Jesús les pregunta a sus discípulos “¿quién dice la gente que soy yo?” es porque está perplejo ante las reacciones que provoca su actuación. El domingo pasado veíamos a un Jesús que se distancia de la Galilea, porque necesita tomarse un respiro ante el acoso de fariseos y letrados. Vuelve a Galilea (es bueno leer Mt 15,29-39 – Mt 1-12 para saborear el evangelio de este domingo) y Jesús se sigue implicando compasivamente, a él acuden “cojos, ciegos, lisiados, sordomudos y otros muchos enfermos”, y la gente corriente, el pueblo llano, la gente sencilla “alababa al Dios de Israel” por lo que estaba viendo. Jesús se conmueve ante la gente que le sigue porque “no tienen que comer” y no los puede dejar ir así “porque se derrengarán por el camino”. ¡Realmente el evangelio es un canto a la compasión y a la vida!

Pero Jesús se encuentra que, los saduceos y fariseos, los propietarios de Dios, no ven motivos de alabanza al Dios de Israel porque su pueblo se dignifica y sana, “quieren y le piden una señal que venga del cielo”, da la impresión de que las “señales de la tierra” no les valen. Que ceguera, que falta de compasión, que falta de sensibilidad, que falta de corazón para no ver que la Gloria de Dios es que sus criaturas vivan. Jesús está perplejo, para unos alaba al Dios Vivo, para otros, “los de mala intención”, lo que hace es “solamente humano” obra de Belcebú. Nos encontramos otra vez en el núcleo más intimo de la experiencia de Jesús: “Padre la gente sencilla me entiende, los sabios y entendidos no” (Mt 11,25-30)

Jesús pregunta porque no esperaba que su compasión agitara el sistema religioso como lo está haciendo. Vuelve a retirarse a Cesárea de Filipo, al norte de Galilea casi en tierra Fenicia, para estar a solas con los suyos. Esa pregunta, “¿quién dice la gente…?”, no la dirige a todo el mundo, tan sólo a su comunidad. Es momento de clarificarse, comentar lo que está pasando con su comunidad, y Pedro le contesta: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Esta confesión es honda y certera, toca la identidad más intima de Jesús; es decir: “Jesús tu eres el regalo del Padre, tu eres el que tenía que venir, tu eres el que viene de las entrañas compasivas del Padre y Creador, eres su Hijo…”. Jesús le dice a Pedro que sobre esa confesión de fe se edificara su comunidad futura, la Iglesia, y que nada, ningún infierno de este mundo podrá derrotar la compasión, la ternura y la fidelidad inquebrantable del Dios de la Vida que se manifiesta en Jesús y en la comunidad convocada por él.

Pero Jesús sabe lo que le viene encima: senadores, letrados y sumos sacerdotes no pararán hasta quitárselo de encima… pero Pedro ya no quiere oír eso, no quiere saber nada de un Mesías, un Cristo, entregado hasta el final porque sólo ha venido a servir, un Hijo que preferirá soltar la vida, cederla antes que autoafirmarse generando violencia. A Dios no se le acredita por la fuerza sino con la debilidad compasiva. Pedro no quiere saber nada de un Buen Pastor que no huye. Jesús será muy claro con Pedro, eres satanás y sólo generarás sufrimiento si no configuras tu vida desde la compasión, y entonces no serás piedra sobre la que edificar comunidad… Pedro, como nosotros tendrá que pasar por el abandono de Getsemaní y encontrar la paz en el amor incondicional, la Pascua del Señor, para entender y comprender de qué va Jesús y su Reino.

Toni Catalá SJ