Tiempo de resurrección, tiempo de reencuentro (1)

Comenzamos una serie de reflexiones, «Tiempo de resurrección, tiempo de reencuentro», en las que Darío Mollá propone cuatro dimensiones del reencuentro (con Dios, con nosotros mismos, con los demás, con la creación) que iremos publicando a lo largo de las próximas cuatro semanas.

I.- REENCUENTRO CON DIOS

El tiempo de Resurrección fue para la primera comunidad cristiana un tiempo de “reencuentro”. Reencuentro, en primer lugar, con el Señor Jesús, pero también, bajo la acción del Espíritu de Jesús, reencuentro con ellos mismos y con otros muchos aspectos de su vida. También nosotros hoy, tras este largo período de confinamiento que nos ha obligado a vivir de un modo muy distinto al habitual buena parte de la cuaresma y los días centrales de la Pascua, estamos llamados a un “reencuentro” con muchas realidades de nuestra vida.

El objetivo de estas líneas a lo largo de las próximas cuatro semanas va a ser bien sencillo: invitaros a esta tarea personal de “reencuentro” después de este tiempo duro de desierto que también puede haber sido un  tiempo de gracia. Lo quiero hacer de un modo muy sencillo: sin teorías ni doctrina sino compartiendo mi propia experiencia de “reencuentros”. Salvando las infinitas distancias pero en la misma lógica del evangelio: al modo como los textos evangélicos narrando las experiencias pascuales de los primeros discípulos nos invitan a profundizar nuestra propia experiencia.

Estas semanas han sido para mí y para muchos creyentes y no creyentes un tiempo de reflexión y de preguntas sobre Dios y a Dios. He oído lo que me han parecido discursos oportunistas sobre Dios que pretendían “sacar ventaja” de la desgracia humana para afirmar a Dios y también aportaciones muy honestas y esperanzadoras. De todo ha habido. Este tiempo me ha ratificado en la convicción de que no somos dioses. No es que antes yo personalmente lo pensara (bien consciente soy de mis limitaciones), pero sí que me han quedado muy relativizados muchos discursos autosuficientes sobre el “poder” de la ciencia, la investigación, las políticas humanas.

Pero también en este tiempo he caído en la cuenta de que Dios ha dotado al ser humano de dos grandes dones de cuya buena armonía y uso depende mucho del bien y el futuro de nuestra humanidad. No somos dioses, pero tampoco somos marionetas manejadas por Dios. Esos dos grandes dones son la inteligencia y la libertad. La inteligencia humana es prodigiosa y la libertad plena. Eso puede ser, a un tiempo, oportunidad o desgracia. No es otra cosa lo que afirmaba Benedicto XVI en su preciosa reflexión sobre la caridad y la verdad y la relación entre ellas. ¿Para qué utilizamos nuestra inteligencia? ¿Para qué usamos nuestra libertad?

Finalmente, he sentido y constatado que la fe en el Dios de Jesús da una fuerza increíble en los momentos de sufrimiento y desolación humana. Que hay mucho del Dios “escondido” en esta humanidad, aparentemente tan alejada de Dios o indiferente ante Él. Quizá a veces le buscamos donde no está y no somos capaces de encontrarle donde Él mismo se ha querido hacer presente.

¿Y vosotros? Cada uno de los que habéis tenido la bondad y la paciencia de leer estas líneas, ¿qué habéis sentido y aprendido de Dios en este tiempo? Porque si reflexionáis seguro que algo ha habido… Vale la pena hacerlo.

Darío Mollá Llácer sj