Ofrecemos la tercera meditación, de la serie que hemos iniciado, para ayudar a que este tiempo de “confinamiento” sea tiempo de “discernimiento”, de experiencia espiritual. Enlazar a la primera meditación y enlazar a la segunda meditación
Entre el dolor del viernes santo y la luz de la vigilia pascual hay un vacío de silencio. El sábado santo es un día sin liturgia, sin eucaristía, es día de silencio. El silencio de la cruz, el silencio de nuestras calles y jardines vacíos, el silencio de los espacios públicos sin gente contrasta con los hospitales llenos, contrasta con el temor que habita en nuestras casas y comunidades “cerradas y atrancadas” al igual que habitaba en el discipulado de Jesús que estaba “cerrado y con miedo”. Sábado Santo tiempo de escucha y de discernimiento, el silencio de este sábado es una dimensión ineludible de nuestra experiencia del Dios Compasivo que se revela en Jesús.
Lo primero y más importante es aprender vitalmente que no podemos ser tan pretenciosos de querer encontrar el significado de lo que vivimos al mismo tiempo que lo estamos viviendo. Dios tiene derecho a callar. Dice el salmo que a Dios le duele la muerte de sus fieles (Sal 116), ¿no tendrá que ver este silencio con un Dios también dolorido por amor? En este momento creo que nos estamos tomando más en serio y con más hondura nuestro ser seguidores y seguidoras de Jesús, estamos cayendo en la cuenta de que el Evangelio es vida, que Jesús es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida, que no es aparato ideológico, que la “doctrina” siempre es derivada de la sabiduría de los santos y santas de Dios.
Este silencio criba, cribar es discernir, criba nuestra fe, la depura de tanta palabra vacía, de proyectos hinchados y de pretensiones desmesuradas. Discernir, como sabemos, no es un automatismo, no es una técnica para tomar decisiones, no es un método infalible para conocer la voluntad de Dios. Discernir es estimativa, olfato, sensibilidad para percibir por dónde se encuentra el Espíritu, escuchar qué nos dice, por qué caminos transitar. El discernimiento es un don del Espíritu a la Iglesia. En el aprendizaje del discernimiento el silencio también nos dice y mucho.
En las situaciones de dolor y de sufrimiento no queramos encontrar sentido inmediatamente a lo que se está viviendo. No nos precipitemos a llenar el vacío con palabras huecas, con teologías cínicas. Van pasando los días de confinamiento y tenemos que pedir fortaleza para permanecer en él, para “venir en paciencia” nos dice S. Ignacio. Sinceramente creo que es momento de recuperar, en una cultura inmediatista del “todo aquí y ahora”, la paciencia como virtud. Paciencia es saber permanecer en el padecimiento. Esto lo escribo hace un mes y me llaman masoquista… ¿No estaremos en el momento de recuperar dimensiones de lo humano que las teníamos totalmente reprimidas y olvidadas?
En el silencio caemos en la cuenta de la palabrería y el ruido ambiental en el que vivíamos, igual que ahora caemos en la cuenta de lo contaminado y sucio que estaba el aire que respirábamos. Ahora caemos en la cuenta de lo contaminada y sucia que estaba, y sigue estando en muchos contextos, la atmósfera mediática, lo contaminada que estaba la comunicación en la familia, comunidad, trabajo. Este silencio nos hace caer en la cuenta de que el lenguaje cotidiano, verbal y no verbal, es un ámbito de discernimiento.
Jesús nos advirtió en el sermón de la montaña que el lenguaje es territorio de discernimiento: “no juréis… que vuestro sí, sea un sí; que vuestro no, sea un no y todo lo que pasa de ahí es asunto del malo”. Lo malo es la mentira y el crimen de este mundo que siempre lo sufren los más indefensos y vulnerables. Muchos de vosotros lo estáis palpando en vuestra misión. Jesús nos exhorta a que las palabras signifiquen, que haya sencillez en la comunicación, verdad en la noticia… Vivimos en una cultura de auténtica perversión semántica (no hay guerras sino intervenciones, no hay niños destripados por las bombas sino daños colaterales… podríamos seguir y seguir) ¿Esto tiene que ver con la consolación? Cuando nos podemos expresar con sencillez y nos sentimos acogidos la consolación perdura, cuando viene la cautela, la prevención, el doble significado, la insinuación… nos instalamos en la tristeza y en el cinismo y entonces el Evangelio se diluye.
En las reglas de discernimiento, San Ignacio nos advierte que perdemos la consolación porque perdemos la sencillez y la veracidad en el lenguaje y el mal espíritu nos enreda con “sutilezas, falacias y falsa razones”. La finura espiritual en el discernimiento, es caer en la cuenta de que a medida que deseamos seguir a Jesús con mayor fidelidad y responsabilidad, nos preparamos más, leemos más, nos reunimos más, nos formamos más, nos ilustramos más que la “gente sencilla” que no tiene tantas posibilidades, que no están conectadas a internet y ni podrán ni escuchar ni lee esto, que nunca saldrán en google… Pero cuanto más ilustrados más facilidad tenemos para jugar con el lenguaje.
A medida que más avanzamos en el seguimiento más facilidad tenemos para enredar el lenguaje: “parece ser…”, “propiamente…”, “depende…”, “te lo digo Juan para que entiendas Pedro”, “en insinuar está el arte…” El silencio del sábado santo nos saca los colores por la verborrea en la que podemos caer los seguidores de aquel que es “manso y humilde de corazón”
Este silencio se va convirtiendo en “soledad sonora y música callada”. Poco a poco vamos percibiendo que la “gracia está en el fondo de la pena”. “Dulce, leve y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja” el Espíritu del Señor nos hace caer en la cuenta, de corazón, que la muerte de Jesús, que nuestra muerte, no tiene la última palabra. No quitamos nada de la dureza de muerte de Jesús y la dureza de tanto sufrimiento hoy, pero no les otorgamos la última palabra. En este tiempo de confinamiento tenemos que seguir pidiendo el espíritu de Confianza y Fortaleza.
Estos días de confinamiento los estamos viviendo en el ámbito del resucitado que es el crucificado, no es otro, y su Espíritu se nos ha dado. Estos días de confinamiento estamos experimentando por dónde se nos cuela “la cola serpentina”, es decir, por dónde entran los enredos y las tristezas y la falta de esperanza, por dónde se nos cuela aquello que saca lo peor de nosotros, por dónde alimentamos pensamientos, recuerdos, conversaciones, actitudes, comentarios que son un viaje a ninguna parte, y al contrario, caemos en la cuenta de aquello que nos mantiene fortalecidos, pacientes, esperanzados.
No es fácil lo que estamos viviendo, pero ningún curso sobre discernimiento que hagamos en el futuro tendrá la hondura de hacernos más mujeres y hombres de discernimiento que lo que estamos viviendo ahora. Pidamos venir en paciencia, escuchar el silencio, sencillez y veracidad en el lenguaje, sabiduría para conocer en lo cotidiano qué caminos son de enredo y de muerte y qué caminos son de Vida.
Toni Catalá SJ