Ofrecemos la segunda meditación, de la serie que hemos iniciado, para ayudar a que este tiempo de “confinamiento” sea tiempo de “discernimiento”, de experiencia espiritual. Enlazar a la primera meditación
MIEDOS Y DISCERNIMIENTO. San Ignacio sabe que los miedos nos pueden paralizar, que en tiempo desolado se “comienza a tener temor y perder ánimo”. Todos tenemos miedos y temores y si no los tuviéramos estaríamos realmente enfermos. En estos días en que estamos confinados, algo que nunca esperábamos que nos iba a ocurrir, nos acechan temores y miedos muy potentes, miedos que tienen fundamentos reales y otros fantasmagóricos, pero al fin y al cabo miedos que nos desaniman.
Discernir es mirarlos de frente y nombrarlos, aunque provoque vértigo y tengamos que respirar hondo. El miedo a abordar los propios miedos -y no es momento de florituras ni de retruécanos- es la “la bestia más feroz sobre el haz de la tierra” como nos dice San Ignacio. Miedo que hace que nos bloqueemos ante lo que acontece, que nos repleguemos autodestructivamente, que nos autoengañemos contándonos mentiras sobre lo que está pasando, y de esto saben muchos los “conspiranóicos” charlatanes, agoreros, traficantes de dolor en tanta telebasura y medios similares, buscado chivos expiatorios… miedos que nos deshumanizan.
CÓMO HACER ANTE LOS MIEDOS. Hay miedos ante situaciones bien reales, como la que estamos viviendo, que están ahí y que ninguna teoría crítica ni ninguna teología honesta los puede obviar ni enmascarar y que tenemos que plantarles cara con la ayuda del Espíritu de Fortaleza que nos da Jesús: el miedo a la soledad duele, el miedo al fracaso (proyectos truncados) duele y deja sabor de culpa queramos o no, el miedo a la enfermedad duele y el miedo a la muerte duele.
No se trata de “perder miedo”, “no somos dioses” es lo primero que visualicé cuando hace trece meses desperté en la UCI. Se trata de afrontar los miedos, ponerles nombre y comunicarlos en la medida que podamos. San Ignacio nos dice que sólo compartiendo el miedo con una persona que nos quiere y nos escucha nos ponemos en camino de que no nos paralice. Compartir es caer en la cuenta, como dolorosa y gozosamente estamos experimentando, que el seguimiento del Señor Jesús no lo hacemos en solitario. El “llanero solitario” era un cómic cuando yo era pequeño. Sigamos cuidando la preocupación de unos por otros, escuchémonos, no echemos más leña al fuego, sintamos juntos nuestra vulnerabilidad. Esto nos mantiene en camino de evangelio, esto es discernimiento.
PONER LA MIRADA EN JESÚS. Estos temores nos tienen que llevar a seguir poniendo la mirada en Jesús porque su Buena Noticia no es sólo revelación del rostro Compasivo de Dios sino también revelación de qué es ser hombre y mujer, en qué consiste la condición humana. Nos hemos contado muchas mentiras sobre la condición humana: teníamos que ser hombres y mujeres exitosos, competitivos, sin fisuras, impasibles, con salud y cuerpos perfectos, bien planificados, casi tocando la inmortalidad… Todo de repente se ha caído como un castillo de naipes y traerá consecuencias porque nuestro sistema socioeconómico hace negocio con nuestras carencias. Este tiempo doloroso nos puede llevar a percibir y discernir en verdad y de corazón qué es lo importante, qué es lo no tan importante y que es aquello de lo que podemos prescindir y no pasa absolutamente nada.
Ahora es el momento de la confianza en Aquel que “es Compasivo y Fiel y se puede compadecer de nosotros porque pasó la prueba del dolor como nosotros la pasamos” (Heb 2, 17-18) como nos dice la carta a los Hebreos. El evangelio nos dice “ecce homo”, “he aquí el hombre”, cuando Jesús está pasando la prueba del dolor, de la limitación, de la vulnerabilidad. El evangelio no nos engaña sobre la condición humana y esta prueba ni es masoquismo ni dolorismo sino pura lucidez. Discernir es saber dónde está la mentira y quién miente. No creo que Jesús mienta cuando por amor hasta el extremo, porque es el Buen Pastor, cuando al ver venir la adversidad no huye porque nos quiere. Se implica compasivamente con nosotros y esta implicación no tiene vuelta atrás. Asume nuestra condición humana hasta el final. Es incondicional. Aunque le fallemos él, para siempre estará con nosotros. Prefiere dar la vida antes que generar más violencia, sufrimiento y muerte, por eso nuestro sufrimiento es su sufrimiento bañado por una Compasión infinita.
Creo que se engañan y nos engañan los que creen que Dios se está regodeando ante tanto sufrimiento “merecido por nuestros pecados”. Al contrario, más bien porque nos quiere, nos muestra su incondicionalidad total para que nos humanicemos y no nos endiosemos en nuestros orgullos y prepotencias enmascaradas “religiosamente” que eso sí que es pecado. Pecado es vivir cínicamente, mintiéndonos y mintiendo a los demás. Dice de Dios el profeta Jeremías, de un modo que sólo sus amigos lo pueden decir, “lloraré en secreto por vuestro orgullo” (Jr 13, 17) La sabiduría judía advierte que existe un lugar denominado “secreto”; y “cuando Dios está triste se refugia allí para llorar” nos recuerda Elie Wiesel, premio Nobel de la paz y superviviente de Auschwitz y Buchenwald. En Jesús encontramos nuestra plena humanidad cuando nos dejamos querer y confiamos en él.
LA DIVINIDAD SE ESCONDE. La “divinidad se esconde” nos dice San Ignacio posiblemente para que asumamos nuestra condición humana sin “engaños, sin sutilezas, falacias, falsas razones” y no lo utilicemos a él -aunque este esconderse le duela y llore por amor- para mantenernos en la vida en minoría de edad, para vivir como cristianos siempre tutelados, con miedo a nuestra propia condición humana, para que en el vértigo de asumir nuestra propia humanidad podamos decir confiadamente “dadme vuestro amor y gracia que esto me basta”.
En este momento es legitimo que dejemos que afloren las preguntas sin respuesta: “por qué todo esto”, “por qué no interviene Dios y evita la adversidad”. Jesús en Getsemaní, cuando se está tragando la soledad, el fracaso, el limite físico y psíquico, es decir, la enfermedad como vulnerabilidad, y tiene la muerte enfrente también hace suyo el “que pase de mí” pero al mismo tiempo dirá “Padre en tus manos pongo mi vida”. Sigamos pidiendo unos por otros, estamos en cuaresma, el viernes y sábado santos no son solo celebración litúrgica, sino que son lo que estamos viviendo, pidamos Confianza y Fortaleza. Dios no interviene para evitarnos el vivir sino para darnos fortaleza en el vivir ¡No decaigamos en la oración!
Toni Catalá SJ